viernes, 26 de noviembre de 2021

Tengo un fusil en el armario

 … No me hagas sacarlo, dijo con mueca incierta. Y todo por nada, porque
acababa de estrenar un traje azul celeste de lino, de Adolfo Domínguez, y así entré en su despacho. Era época de ‘la arruga es bella’. Me apreciaba mucho. Bromeábamos, tanto que podía permitirme el lujo, o mejor quizá la broma, de romper sentado frente a su mesa el escandallo con mis entradas/salidas de la empresa que me mostraba después de exhortarme a marcarlas a sus debidas horas.

No lo hice por chulería sino para dejar claro que me estaba pagando por mi know-how, no por ser buen chico. Hoy diríamos que fue mi CEO a lo largo de los cinco años que le reporté como director de informática. Década de los ochenta. Trabajábamos en L’Oréal. Se llamaba Carlos y ayer se sentaba en el banquillo de acusados de la Gürtel.

La noticia me ha sorprendido porque llegó a presidente en España de esa famosa empresa de los/las Bettencourt: tiene poderío la ultraderecha. Y me confirma que ultraderecha, chulería y corrupción son tres hermanas muy bien avenidas. Vivir para ver, en fin.

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