viernes, 14 de agosto de 2009

El coño de las batutsis, relato de verano de Juan Manuel de Prada

Mi cuñado Josemari, misionero de la orden jesuita, está a punto de colgar los hábitos y quedarse a vivir en el poblado batutsi que sus superiores le ordenaron evangelizar. Josemari es un vascote bueno, optimista, de manazas de leñador y sintaxis desastrosa; entró en el seminario a una edad muy temprana, niño aún, y salió ordenado a los veintún años, con ese entusiamo apostólico que sólo se cura después de una temporadita en el África negra, enseñando el catecismo por fronteras hostiles, paupérrimas y millonarias en moscas. A Josemari lo destinaron a un poblado de batutsis, la única tribu que permanece indemne al acoso de la civilización, una tribu de guerreros altos, herméticos, milenarios, que la Gran Bretaña quiso utilizar como mercenarios y Holluwood como figurantes en sus películas. Al poblado batutsi llegó mi cuñado, tras un viaje en jeep por la sabana, con proyectos de escuela, enfermería y enseñanza de la fe católica, pero pronto tuvo que desistir, ante el desinterés que mostraban los guerreros por la alfabetización y el misteriop de la Santísima Trinidad. Josemari se quedó en el poblado, con las mujeres, como un Hércules agasajado por las amazonas, mientras los guerreros salían a cazar.
Las batutsis (no se sabe si debido a una ley genética o a sus hábitos alimenticios) son mujeres como gacelas, de una belleza filiforme, discreta y veloz que ni siquiera su negritud entorpece. Las mujeres batutsis, al igual que las gacelas, tienen unos ojos redondos e infinitamente tristes, como de vidrio ahumado, y un cuerpo lleno de aristas, preparado para la carrera y el amor a la sombra de un baobad. La mujeres batutsis, depositarias de misterios ancestrales que se remontan a la aurora del mundo, son mujeres calladas, concienzudas en el sexo y austeras en el trance del orgasmo. A Josemari le turbaba mucho verlas pasearse por el poblado, vestidas sólo de ajorcas y collares, con los senos efébicos al aire y el coño como una protuberencia, y así fue como terminó enamorándose de una de ellas. Josemari me cuenta en sus cartas que el coño de las batutsis, como el de las gacelas, tiene desolladuras y zonas en carne viva, y me podera la amplitud de los labios, la presencia oscilante del clítoris (más alargado que en las europeas) y la predisposición de las mujeres batutsis a ser penetradas por detrás, lo que vulgarmente se denomina "a cuatro patas", y según la nomenclatura más finolis coito a tergo. Las mujeres batutsis, lingotes negros en mitad de la selva, se dejan querer cuatro patas, y lo que para las europeas es signo de sumisión al macho, para ellas es distintivo de superioridad, pues reciben placer sin malgastar energía, mientras los guerreros entran y salen de su cuerpo.
Josemari, como digo, se enamoró de una mujer batutsi, larga y por supuesto analfabeta, de la cual, a veces, me manda una fotografía. Antes de hacerla su esposa, Josemari tendrá que pasar con éxito una serie de pruebas iniciáticas: pelearse con un cocodrilo, derrotar en la carrera al guerrero batutsi más rápido del poblado y escupirle a un zulú en el entrecejo (los zulúes son adversarios seculares de los batutsis). Mucho me temo que Josemari perecerá en alguna de estas rigurosísimas pruebas. Así, por lo menos, ya no tendré que descifrar sus cartas de desastrosa sintaxis.

2 comentarios:

  1. Me interesa mucho seguirle la pista a tu cuñado y al coño de las batutsis. ¿Vencerá en las pruebas ...? A lo mejor me hago una paja pensando en esos coños. Es que, además, los describes tan bien que ... chico, no sé ...

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  2. Me halaga lo que dices, Amador, explorador intrépido y periodista avezado. El relato lo he leido con sorpresa y regocijo de un libro del escritor Juan Manuel de Prada, titulado Coños. La literatura erótica inspira mi imaginación calenturienta, me abre a sensaciones nuevas y me relaja. ¿OK?

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