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Un piropo a María
Lucas
de Antioquía, el Evangelista, no era judío. No estaba circuncidado. Era un
hombre de profesión médico y de educación griega. Su evangelio es el más largo
y el mejor redactado por su exquisita elaboración del griego como sólo una
persona culta y sabia podría hacer en su época. Según la tradición, conoció a
María en una visita que le hizo junto a Pablo. Es por eso que llega a expresar
íntimos sentimientos de María. Impregnado de la cultura griega aplica términos
muy significativos que Homero en la Odisea utiliza en diversos momentos como la
gracia, χάρις , con la que Palas
Atenea, la diosa de la sabiduría, reviste a Ulises, a su padre Laertes y a su
esposa Penélope (“Hizo que pareciera más alta, más majestuosa, y la volvió más
blanca que el marfil recién labrado” Odisea XVIII), haciéndolos de una belleza
más radiante, superando incluso los dones de la Naturaleza.
Llamaré
piropo a la expresión que se permite el/la mensajero/a de la Fuerza de Dios,
Gabriel, para anunciar a María que va a tener un hijo. Por la estructura del
texto parece ser que la representación del mensajer@ debió de ser a través de
una persona porque hay un diálogo entre María y esa persona. Ateniéndonos a los
criterios de la religión, como los ángeles no tienen sexo no sabemos si su
apariencia como ser humano fue de hombre o de mujer. Le pondré una @ al género
para que elija el lector el sexo de los ángeles.
Es
muy significativa la reacción personal del sorprendid@ mensajer@ ante tanta
belleza de María: “gratia plena”, llena eres de gracia, llena estás del favor
divino. Hermosamente bella, guapa por excelencia. κεχαριτομένη dice Gabriel
(según el evangelio en griego de Lucas), estás llena de gracia, donde χάρις es atractivo, encanto, belleza, hermosura,
pero en grado superlativo a como Penélope se vio agraciada, según el pasaje que
nos cuenta Homero.
María
se debió de ruborizar y ponerse colorada. “Ella se conturbó por estas
palabras...” nos dice textualmente el evangelista Lucas. Y es que el diálogo también se puede
reproducir así: “Hola María, (Gabriel se debió de quedar perplej@ ante tanta
belleza) ¡pero qué hermosa eres! Alégrate y
no te conturbes porque el Señor está contigo...”
Reconozco
que busqué un rostro que me sugiriera el de María entre grupos de muchachas de
14 y 15 años cuando caminaba por las calles de Nazareth, Caná y Cafarnaún,
aunque tenía que comprender que la población de allí no era de habitantes
judíos que se había concentrado en Illit, otro poblado. No, no vi el rostro
perseguido y tendré que resignarme a guardar las imágenes de María que nos ha
legado el arte, porque cuando más adelante en Jerusalén me crucé con grupos de
israelíes, me daba reparo fijarme en los rostros de las muchachas, dadas las
costumbres tan intransigentes y restrictivas de que gozaba la comunidad judía.
En
fin, que me he tenido que conformar con la iconografía que el arte nos ha
legado sobre la imagen de María. Entre multitud de pinturas, ha habido una que
me ha gustado de forma singular. Cuando con el tiempo tuve la oportunidad de
volver más tranquilamente a Florencia, me permití extasiarme con el cuadro de
la Virgen con el Niño y dos ángeles en la Galería de los Uficci. No me cansaba
de mirar la belleza y dulzura de la expresión de María, cuya modelo para ser
pintada, había sido una novicia.
No es
de extrañar que el fraile carmelita Filippo Lippi, después de pintar el cuadro
(hacia 1445), que le encargara Cosme de Médici, raptara a la novicia con quien
tuvo un hijo, el también famoso pintor Filippino Lippi.
Si ya
los pretendientes deseaban a Penélope cuando fue revestida de la gracia, la χάρις, por la diosa Atenea, no es de extrañar que Filippo
Lippi teniendo que contemplar la hermosa novicia que le sirvió de modelo
mientras pintaba el rostro con que quería representar a María, acabara seducido
por su belleza. Algo tuvo que captar de María, la κεχαριτομένη,
la llena de gracia.
Después
de estas reflexiones sobre cómo pudo ser la belleza de María, que se desprende
por los textos, por las tradiciones, por la iconografía, vengo a recordar la
vivencia que tuve una madrugada de viernes santo, no sé si por la calle Cuna,
Laraña o por los Alcázares de Sevilla. La hermosa imagen de la Esperanza
Macarena sevillana, algo ruborizada por los reflejos luminosos de las
encendidas velas que suavemente le acompasaban su caminar, era objeto del
requiebro de la enfervorecida gente que gritaba: guapa, guapa, guapa. Igual que
Gabriel. Aunque yo los miraba con cierta perplejidad, estaba sobrecogido por
algo tan espontáneo, tan radical. ¿El espíritu del pueblo que se expresa así
tan llanamente?
Páginas de mis recuerdos. Paco Luna