Hoy 1 de diciembre 2018 he asistido en la Real Colegiata de San Isidro a la sesión de clausura de la fase diocesana de la causa de canonización de 56 mártires en la guerra civil entre los que se encuentra Alejandro De Castro, tío abuelo de María José, que era párroco de Los Molinos. El 20 de agosto de 1936 debieron de fusilarlo en algún tramo de la carretera entre Villalba y Moralzarzal.
Esta, para mí, inédita ceremonia, presidida por el cardenal Osoro y cinco obispos más (Rouco entre ellos), en una abarrotada iglesia, ha encargado a Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid, presentar la documentación para el proceso de beatificación/canonización, que éste llevará a Roma el próximo día 18 según me ha dicho cuando me acerqué a saludarle.
Un trámite que para mi gusto se podría haber hecho con un sencillo email iba adornado de una parafernalia del medievo siendo lacrada la documentación, con juramento por parte de altos representantes de la justicia, del registro y responsables del proceso, así como de la aceptación por parte del “mensajero” de hacerse cargo del trámite.
La otra cara de la moneda y que sin embargo también pertenece a la memoria histórica, solo que en estos casos es para iniciar procesos de beatificación/canonización. Debiera la iglesia abrir también un proceso de reconocimiento por los que murieron por causa de la justicia, de la libertad, la igualdad y la solidaridad con los demás hermanos / compañeros. A fin de cuentas y poniéndonos en la mentalidad de la iglesia se ruega en la misa por “todos los que han muerto en tu misericordia” y ahí se supone que entran los creyentes de la religión y los creyentes de la república.
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