Este
demoníaco Aquelarre
del macho cabrío le fue encargado a Goya por la duquesa de Osuna, mujer
rompedora y avanzada, para su palacete del Capricho de Madrid. Goya critica las
supersticiones de la época: un niño de alma pura que se entrega como amuleto, campo,
noche, luna, murciélagos, feas brujas viejas y estigmatizadas (con escaso o nulo fundamento). Esa
semidesnudez rebela cierta relación sexual y ese macho cabrío –así se
representaba al diablo- nos acerca al perenne macho alfa.
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