(Transcribo
del libro que cito al final de estos párrafos. También incluiré la cita concreta
que el autor de este libro hace de Defoe).
También señaló con aprobación (Defoe), entre las órdenes
dictadas por el alcalde y los ediles de Londres durante la peste de 1665, el
intento de regular a la “multitud de bellacos y mendigos vagabundos que pululan
en todas las partes de la ciudad, y que son una causa importante de la
propagación de la enfermedad”, y la prohibición de “todas las diversiones,
bailes de osos, juegos, cantos de coplas, ejercicios de broqueles y similares
motivos de reunión del pueblo”, así como de “los festejos públicos” y las “cenas en
tabernas”.
A menudo se sigue afirmando que fue el progreso del
conocimiento científico lo que ayudó a la humanidad a ahuyentar, o al menos
controlar, la amenaza de las infecciones letales. Un vistazo más atento a los
archivos históricos desvela que, a partir del Renacimiento, los hombres
descubrieron la eficacia de las cuarentenas, el distanciamiento social y otras
medidas ahora conocidas como “intervenciones no farmacológicas”, mucho antes de
entender adecuadamente la verdadera naturaleza de las enfermedades que
pretendían combatir. Sin embargo, bastó con alterar, aunque fuera de manera
imperfecta, las redes sociales de la época -mundiales, nacionales y locales-
para realizar la propagación de microbios aún desconocidos e imprevistos.
(Ferguson, Niall, Desastre. Historia y política de las
catástrofes, Debate, Barcelona, 2001. Pág. 166).
(Los entrecomillados del primer párrafo corresponden a citas
textuales del libro de Defoe: Diario del año de la peste, publicado en
1722, y traducido al castellano en 2011, ed. Impedimenta, Madrid. Págs. 40 y
ss.)