En el 66 aniversario de la promoción del curso 1958-1959 del Colegio de la Inmaculada y San Pedro Claver.
Me enamoré de una imagen,
estaba en el corazón de todos
y me dejé conquistar
sin ofrecer resistencia.
Joven era, sin gran experiencia
en las lides del amor, justo
un año antes de concluir
mi educación secundaria.
Tenía, también, otra imagen,
querida desde el día que nací,
pero, dudaba si podía serme útil
en el colegio de la gran ciudad.
Inmaculada era la nueva imagen,
la mía propia, la de la Virgen de la
Vega de Haro, unidas en una, en el
colegio, mi amor fue madurando.
En Chamartín de la Rosa,
la casa de mi madrina, entre los
dos grandes colegios del lugar, testigo
fue de mi privilegiada infancia.
Un exclusivo sastre de Bravo Murillo,
me vistió de gala para mi primera comunión,
volví a visitarle, me encontré con
un lujoso almacén de moda.
Entre clases y juegos, el Madrid
de mi infancia fue desapareciendo,
creciendo estaba la nueva sociedad
que necesitaba la España nuestra.
Fueron surgiendo en el colegio,
páginas inolvidables de “Pequeñeces”
del P. Luis Coloma, contando la extraña
vida social que conoció las dos guerras.
Herencia era el colegio
de costumbres, tradiciones
y de ideas que no casaban
con el mundo que vivíamos.
Nos dotaron de recursos aptos
para superar las crisis, basados en
la autoridad de una fe que, esperanzas
solo funda, sin vivir las realidades.
Escuché en la iglesia del colegio,
la poesía escrita por el P. Alonso,
había hecho mis delicias infantiles,
durante mi lectura de “Pequeñeces”.
Copio dos estrofas, la primera y la última:
Dulcísimo recuerdo de mi vida,
bendice a los que vamos a partir...
¡Oh, Virgen del Recuerdo dolorida,
recibe tú mi adiós de despedida,
y acuérdate de mí!
…..
Tú en pago, Madre, cuando llegue el
plazo
de alzar el vuelo al celestial confín,
estrechándome a ti con dulce abrazo,
no me apartes jamás de tu regazo.
¡No me apartes de ti!
Son doce estrofas de cinco versos,
de todos bien conocidas, mucho me
temo que, a Jesús mismo, nunca se
le hubiera ocurrido dirigírselas a su madre.
Tras la foto de fin de curso, proseguimos
nuestro camino para la mayor gloria de Dios,
hasta el momento que entendiéramos
que Dios, hombre se había hecho.
El viaje de la odisea de mi vida,
me llevó a vivir en el Oriente,
el bagaje de mi formación occidental
funcionaba como mi puerto seguro.
Con el tiempo, la mentalidad oriental
comenzó a entrar en mi vida,
el mundo siguió cambiando, al Oriente
regresé para vivir en la unidad de la Vida.
Santiago
Rupérez.
Taipéi, 15-5-2025.
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