jueves, 29 de mayo de 2025

Tenemos unas instituciones del S XX

Tenemos unas instituciones del S XX (o del XIX) para un novísimo y radicalmente distinto siglo veintiuno. Un problema que chirría: desafección, insuficiencia, lejanía. Por nuestra edad, son las nuestras, pero a los menores de 40/50 les resultan etéreas, distantes, ajenas y desconocidas. Parece que está surgiendo una cierta ‘representatividad horizontal’ que acepta mal la autoridad. La Constitución, por ej., define y regula muchos aspectos concretos de la vida social de finales del XX, pero si deja el mundo de los grandes principios y entra a concretar valores y aspectos, hoy resulta manca y parcial: nada dice del papel de la mujer, del cambio climático, de la ciberesfera, de la emigración o de la corrupción, por citar algunas de las problemáticas modernas.

Qué le dice hoy a un chico o a una chica de 25 años el Congreso, el Senado, la UE, el Banco de España, el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal de Cuentas, etc., etc. Les dice poco, lejano y mal. Demasiado voto ‘antisistema’ para ignorarlo. Condenar este voto sin estudiarlo, así porque sí, sin más, es suicida, síntoma de engreimiento y autosuficiencia: la culpa es de los otros. Criticábamos a Ratzinger cuando culpaba al resto por haberse alejado del cristianismo y no a este por haberse alejado del resto. La situación recuerda al avestruz escondiendo su cabeza. Toda Europa y EE. UU. dan buen ejemplo de esta huida frente al problema.

El progresismo y la izquierda ni pueden ni deben constituirse en guardianes de la ética y casarse de por vida con el sistema: o estás conmigo o contra mí. Solo convencerían a los ya convencidos dejando extra muros a una creciente proporción de ciudadanía que amenaza con desbancarlos. Y que además lo está consiguiendo.

Admitir y clarificar esta situación es el primero de los pasos y condición sine que non para cambiar. Todos los partidos llevan en sus eslóganes la palabra “cambio”. Pero está hueca, no cambian nada porque solo se escuchan a sí mismos y se ven justos y guapos. No salen de sus torres de marfil, no bajan a los barrios, a la calle, no escuchan ni se abren a perfilar otros horizontes nuevos. Tampoco se trataría de hacer borrón y cuenta nueva, no, para nada.


La Casa de la Moneda y Timbre se hizo famosa en medio mundo sin pretenderlo con la serie La Cárcel de Papel. Venían turistas para ver aunque solo fuera su fachada. Era popular y sigue siendo la misma pero se ve con otros ojos.

Cambiar estructuras o reglas habrá que hacerlo en determinados aspectos, por supuesto, pero es muy decisiva la imagen proyectada. En un mundo de minute Tik-Tok, las peroratas, las rutinas, el siempre fue así, el conservadurismo ciego, el telediario de siempre lo mismo ‘y tú más’ es un desastre abismal que separa orillas y abre desiertos intransitables.

Las instituciones de las democracias tal como vienen estando desde
décadas y décadas atrás no valen. Se quedaron en buena parte obsoletas. No entusiasman ni a los más forofos. Parecen esfinges del tiempo de los faraones roídas por las arenas del viento. Si le formulas una pregunta a la esfinge o le presentas una acuciante necesidad, ay, tardará años en responderte si llega a hacerlo.

Más que la sustancia, que en bastantes casos también, habría que cambiar el accidente. Salgan al mercado sin miedo, véndanse, arriesguen con intrepidez. Abran sus puertas de par en par, monten visitas guiadas y gratuitas con obsequio final, contraten guionistas, series, productores, monten anuncios, buzoneen publicidad moderna, hagan caravanas por barrios y pueblos explicando, escuchando, motivando. Rompan el anquilosamiento que les atenaza y pone en muy serio peligro su misma existencia y nos arrastre a todos a negros océanos abisales.

En fin, derramando sonrisas y cercanía, cosechando tomatazos si es preciso, pero salgan de sus oscuros nidos que con demasiada frecuencia apestan a excremento anciano.

2 comentarios:

  1. Amador, en el magistral análisis que nos has presentado sobre la situación actual de nuestras Instituciones, quiero notar un grave y urgente toque de atención, a la vez de una llamada desesperada a la acción concertada de todas las clases sociales sin distinción a fin de afrontar los amplios y profundos retos que necesitan renovarse. Entiendo que el “cambio” es una palabra clave que tiene que estar siempre presente, tanto en la sociedad como en todo gobierno serio. Entender efectivamente el “cambio” es algo de vital importancia ya que nuestro mundo está cambiando permanentemente. La visión que nos suelen ofrecer casi todos los partidos políticos, es eso, una visión partida y partidista. Esto, en sí, ya es un logro porque nos ofrece un punto de partida, pero no una meta que debería de estar en un cambio constante. Entiendo que, tal vez, una sólida solución solo puede ser alcanzada en el concepto que tengamos del universo y del hombre en sí, sin otros tintes de visiones que sean extrañas o quiméricas.
    Muchas gracias por tu atenta llamada a un cambio en constante cambio.

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  2. Muchas gracias por tu agudo comentario. Que demuestra tu mucho interés por esta cuestión tan vital y decisiva. Muy de acuerdo en que ya hablar de cambio es en sí un buen punto de partida, un buen logro. Hasta la materia es cambio, no digamos ya la vida, que casi se podría definir como cambio. Los humanos, queramos o no, somos agentes del cambio, nuestra acción transforma el curso de la naturaleza y de la convivencia social. Para bien o para mal, y nos enfrentamos con urgencia a ambos problemas: generar nuevas instituciones —o adaptar las actuales a los tiempos presentes— ajustándose a los nuevos parámetros políticos y sociales, y frenar el desajuste climático que hemos producido. Para ambos resulta imprescindible una visión renovada tanto del hombre como del universo, una cierta revolución copernicana que es muy posible pero poco fácil. Y que desde luego, y en el mejor de los casos, no será de hoy para mañana.

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