viernes, 15 de marzo de 2013

El derecho a ser puto

El derecho a ser un puto es un derecho que todo hombre debe ejercer libremente en su vida. O, al menos, durante algún momento. El derecho a ser un mal hombre, un borracho, un puto, un enfermo, un histérico, un brujo ... o cualquier nombre que se haya utilizado a lo largo de la historia para identificar y mortificar a quienes cruzaban deliberadamente las fronteras que se les imponían a su cabeza, sus deseos y libertad.

Durante siglos, los donjuanes y malos hombres han florecido dentro de muchas y diversas pieles masculinas: los que han interrumpido embarazos de ellas, los que han tomado la iniciativa en el sexo, los que han abierto sus braguetas a más de una amante, los que han usado anticonceptivos, los que no se han sentido cómodos en el reducido espacio de lo que ha significado ser hombre; los que no han querido ser padres, esposos o monjes; los que han querido descuidar su trabajo y cuidar a sus familias, los que se han negado a rezar, los que se han querido divorciar, los que preferían leer o crear en lugar de producir o currar, los que han pensado que su opinión era tan importante como la de una mujer, los que han querido votar y escoger a sus representantes, los que han querido amar y desear a otro hombre.

El modelo de buen hombre, de hombre sano, lo popularizó la medicina en los años 50: raza blanca, heterosexual, clase media, media alta, con afanes emancipadores e intereses políticos. Más bien un hombre dispuesto a hipotecar su existencia al cuidado de su mujer, sus hijos y su hogar.

A ser buenos hombres se nos ha enseñado sin descanso. José Antonio Primo de Rivera, figura central en la educación de los hombres durante el franquismo, escribió en 1935 la pauta del "hombre ideal" y la forma de relacionarse con su patria:

El Estado no puede ser traidor a su tarea, ni el hombre puede dejar de colaborar con la suya en el orden perfecto de la vida de su nación. [...] La idea de destino, justificador de la existencia de una construcción (Estado o sistema), llenó la época más alta que ha gozado Europa: el siglo XIII, el siglo de Santo Tomás. Y nació de mentes de frailes. Los frailes se encararon con el poder de los reyes y les negaron ese poder en tanto no estuviera justificado por el cumplimiento de un gran fin: el bien de sus súbditos.

Si estás casado –decía su hermana Pilar-, saluda a tu esposa con una cálida sonrisa y demuéstrale tu deseo por complacerle. Escúchala, déjala hablar primero; recuerda que sus temas de conversación son más importantes que los tuyos. (...) Si tú tienes alguna afición, intenta no aburrirla hablándole de ésta, ya que los intereses de las mujeres son superiores comparados con los de los hombres.(...) Recuerda que debes tener un aspecto inmejorable a la hora de ir a la cama. (...) Si tu mujer sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de un hombre. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar. Si tu esposa te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes...

Si la historia de la humanidad se retratara en una película, los hombres seríamos actores secundarios del terrorífico y dramático largometraje que, seguramente, contaría con muchas instituciones como guionistas y principales patrocinadores, como es el caso de la Iglesia.

A mí no me da la gana ser un buen hombre. No me caben los órganos en ese estrecho slip. Los pulmones se han habituado a atrapar y soltar el aire que les apetece. No me da la gana ser un buen hombre aunque mi abuelo, con su "no te criamos así", no lo entienda. Aunque mi padre, con su corbata a medio ajustar, pueda aceptar mi homosexualidad pero me pida discreción, alegando que los hombres, los hombres buenos, por supuesto, son mesurados, discretos y reservados.

En el mes del hombre es necesario rescatar el derecho a ser putos, malos hombres. El derecho a existir más alineados con nuestros testículos y nuestros deseos, que con lo que se espera que hagamos y seamos. El mundo, nuestro mundo, sólo podemos cambiarlo nosotros.

1 comentario:

  1. En efecto el derecho a ser puto es "personal y por tanto inalienable" pero en muchas ocasiones las consecuencias de su ejercicio no por ello dejan de nocivas:
    http://blogs.publico.es/pablo-iglesias/222/politologos-putas-o-militantes/?src=lmFp&pos=5

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