Uno de los aspectos más importantes de la educación como
enseñanza y aprendizaje es el dominio de los lenguajes; comenzando por
el conocimiento y dominio de la lengua propia de la comunidad en su uso común.
Las ciencias utilizan el lenguaje de la lengua de uso común
conforme a una determinada “formalización” adaptada a una dimensión específica
en el ámbito concreto del mundo de cada ciencia. Generan así un uso propio de
vocabulario y expresiones que adquieren un sentido peculiar e independiente del
uso vulgar de la lengua que se utilice. De especial relevancia en este sentido
es el lenguaje matemático por estar no solo totalmente formalizado sino,
además, simbolizado de tal manera que sus términos, en cuanto uso matemático,
no requieren de significado propio alguno; lo que permite que tales símbolos,
como variables, puedan tomar el contenido concreto de conceptos y significados
propios de las ciencias particulares.
Las ciencias formalizan su lenguaje generando términos
científicos “ex novo” o bien tomando raíces del lenguaje y pensamiento clásico
greco-latino, marcando con claridad de concepto las novedades que dichos
términos implican; o bien toman términos del uso común con un significado
definido evitando toda ambigüedad. Así el término ‘velocidad’ en física significa
una relación perfectamente definida:
Velocidad =
espacio/tiempo
Y es completamente independiente del uso vulgar del término
como “ir o moverse deprisa”.
Los científicos y los matemáticos hablan así para aquellos
que previamente conocen la formalización y simbolización del lenguaje que
usan. Por ello existen diversos niveles
de formalización lingüística adaptados a un determinado nivel de conocimiento
del auditorio. No es la misma exigencia de formalización del lenguaje de la
física en el bachillerato que en la Universidad o en una revista de
investigación científica. Quienes desconocen tal nivel de formalización no
pueden entender lo que se está tratando. No es fácil entender las diferencias
de conceptos físicos expresados en términos como ‘materia’, ‘fuerza’, ‘masa’,
según los distintos niveles de formalización diferentes del uso vulgar de los
mismos.
Cuando los
físicos hablan de “partículas elementales” piensan en la interpretación de una
ecuación matemática según un modelo teórico generado a partir de una teoría
consolidada; y esperan ver en sus experimentos una trayectoria que aparece en
una pantalla de un microscopio electrónico que nada tiene que ver con el
sentido que le pueda dar el profano; no es fácil superar la idea de ‘partícula
elemental’ como una bolita muy pero que muy pequeñita; y mucho más difícil es
comprender que dicha partícula tanto se puede considerar en un contexto como
una masa y en otro contexto como una onda.
La Filosofía se enfrenta con un problema especial: El
pensamiento filosófico no tiene un campo de estudio específico como suelen
tener las ciencias particulares; el ámbito de su reflexión es la totalidad que
incluye todo; y sobremanera indagar el sentido de ese todo y la vida que en él
se desarrolla en un proceso evolutivo establecido por la ciencia desde un
momento inicial hasta llegar al ser humano.
Uno de los problemas con los que se enfrenta la Filosofía
(el pensamiento filosófico), y en especial en su tarea docente, es que se
expresa hablando aparentemente el lenguaje de la calle, porque los problemas
que plantea son propios del hombre de la calle. Todos tenemos conocimiento y
experiencia de ellos y los expresamos con nuestro lenguaje vulgar dando lugar a
expresiones completamente legítimas y con pleno valor. Pero la filosofía al
reflexionar y atender a la necesidad de precisar significados se ve obligada a
formalizar tales términos precisando el significado y su adecuación a cada
contexto concreto.
La Ciencia
trata de conocer los problemas que surgen en el conocimiento de la Naturaleza y
se “aprende” de la mano de las
soluciones que van aportando los científicos. Pero la filosofía no es un
ocuparse de las propuestas y soluciones que se plantean los filósofos, sino un
método para ocuparse de los problemas de los hombres, y de uno mismo; y eso incluye
la reflexión sobre el conocimiento de lo que es la verdad y el sentido que tiene el conocimiento
científico.
Los filósofos
tienen una doble tarea: integrar nuestras diferentes concepciones del mundo y
de nosotros mismos ….. y ayudarnos a encontrar una orientación con sentido en
la vida. El lenguaje que utiliza es la reflexión sobre el propio lenguaje en el
que nos planteamos los problemas fundamentales sobre nuestra existencia y sobre
nuestro conocimiento de la realidad. Por eso tiene que usar los mismos términos
que usamos en la vida ordinaria.
Todos tenemos
un concepto suficientemente claro y un uso correcto de las palabras que usamos
vulgarmente, cuando usamos términos como, ‘verdad’, ‘realidad’, ‘universo’,
‘mundo’, conocimiento’, ‘ciencia’ etc. Pero nos encontraremos con problemas si
nos vemos obligados a especificar con precisión en cada caso lo que queremos
significar con ellos.
La mayoría de
los alumnos de secundaria suscribirían como argumento definitivo de verdad: “lo
ví con mis propios ojos”. Hagamos la prueba preguntando a un grupo de alumnos
de secundaria (prueba realizada frecuentemente por el que suscribe y puede
asegurar que da lugar a situaciones muy entretenidas) que nos expliquen como es
que afirman (en qué consiste eso de
‘afirmar’?) con seguridad y como verdad evidente
que la Tierra da vueltas alrededor del sol cuando todos los días vemos que el
“sol se mueve del Este al Oeste” (explicando claramente qué entienden por
verdad y evidencia respecto a esa
afirmación).
La filosofía es
un conocimiento especial e incómodo. Porque obliga a no dar por supuesto nada
en su pretensión de fundamentar las ‘creencias’ (por ejemplo que la verdad se
justifica en “ver con mis propios ojos”) sobre las que construimos ‘evidencias’
(que curiosamente viene a significar vulgarmente “ser visto”) y tal evidencia
justifica lo que consideramos como ‘verdades’ (sin aclarar previamente si es
verdad porque lo veo, o lo veo porque es verdad).
Más que “enseñar
Filosofía” y hacer aprender lo que pensaron otros a lo largo de la Historia, en
la Educación Secundaria habría que crear las ocasiones para que los jóvenes se
hicieran ciertas preguntas que les ayudaran a tener sentido propio de las
respuestas que a tales preguntas puedan darse. Preguntas que abarcan lo que es
y en qué consiste el conocer y lo que se ha de considerar como “verdadero”; así
como lo que se debe hacer y valorar como “bueno-malo”, “justo-injusto”,
“conveniente-inconveniente”, “adecuado-inadecuado” etc.
Que tales
ocasiones vengan de la mano de una asignatura que se llame o no se llame
filosofía es secundario. Lo que no debe darse es una educación que excluyera la
formación de tales criterios en todos los alumnos a partir de cierta edad.