
Decía aquel infable P. Martínez, director de la congregación de Areneros, cuando se le olvidó en el púlpito el final del dicho popular, y toda la capilla estalló en carcajadas. Él se puso colorado pero aguantó bien la pedrá y siguió a lo suyo. Era un tipo bastante válido. Oh tempora, oh mores ...
( Latinajo que no se traduce como 'qué tiempos aquellos, qué moros!', como todos bien sabéis).



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