Observen ustedes con calma -si sus ocupaciones se lo permiten- la foto-collage de su portada, en ella pueden ver a José Huerga muy risueño. Nada excepcional, él era siempre así (un privilegio enorme haber convivido con una persona como esa durante 3 semanas, 24 horas diarias). A su derecha Eva me precede mientras filmo, siempre muy atenta a mis movimientos. Feliz y orgullosa de llevar puesta la gorra de mi uniforme (ay del que osara tocar esa gorra!).
Los dos muchachos fotografiados en la salina de Odzala eran hijos de la mujer en cuya casa habíamos pernoctado José y yo esa misma noche en Mbomo (Cap. XVI). Al ser ellos los mayores de cinco hijos, capitán y teniente respectivamente del comando operativo que puso las cosas en su sitio, es decir, recuperó la lata de sardinas -mal entregada al pobre tonto del ventanuco por el despistado de José- procediendo de inmediato a un reparto mucho más equitativo con el resto del comando de los cinco. La pose del chico de la derecha es de auténtico acecho cinegético.
El mayor de los dos, a la izquierda, lleva el baúl –que pesaba como tal- del material de reportaje, filmación, fotografía y demás menudencias. Jamás tuve que ‘pagar por ese servicio’, más bien eran ellos los que estaban dispuestos a pagarme a mí por obtener tamaño privilegio. ¿Qué cómo? devolviéndome ‘bombones’ que aún no se habían comido -y que nunca les cobré, claro-, haciéndome carantoñas mil o enseñándole al ‘mondele’ palabras y expresiones en los idiomas en que –inexplicablemente (¿!))- se mostraba muy interesado.
NOTA EXPLICATIVA del autor a este Cap. XVII.-
ResponderEliminarObserven ustedes con calma -si sus ocupaciones se lo permiten- la foto-collage de su portada, en ella pueden ver a José Huerga muy risueño. Nada excepcional, él era siempre así (un privilegio enorme haber convivido con una persona como esa durante 3 semanas, 24 horas diarias). A su derecha Eva me precede mientras filmo, siempre muy atenta a mis movimientos. Feliz y orgullosa de llevar puesta la gorra de mi uniforme (ay del que osara tocar esa gorra!).
Los dos muchachos fotografiados en la salina de Odzala eran hijos de la mujer en cuya casa habíamos pernoctado José y yo esa misma noche en Mbomo (Cap. XVI). Al ser ellos los mayores de cinco hijos, capitán y teniente respectivamente del comando operativo que puso las cosas en su sitio, es decir, recuperó la lata de sardinas -mal entregada al pobre tonto del ventanuco por el despistado de José- procediendo de inmediato a un reparto mucho más equitativo con el resto del comando de los cinco. La pose del chico de la derecha es de auténtico acecho cinegético.
El mayor de los dos, a la izquierda, lleva el baúl –que pesaba como tal- del material de reportaje, filmación, fotografía y demás menudencias. Jamás tuve que ‘pagar por ese servicio’, más bien eran ellos los que estaban dispuestos a pagarme a mí por obtener tamaño privilegio. ¿Qué cómo? devolviéndome ‘bombones’ que aún no se habían comido -y que nunca les cobré, claro-, haciéndome carantoñas mil o enseñándole al ‘mondele’ palabras y expresiones en los idiomas en que –inexplicablemente (¿!))- se mostraba muy interesado.