Fenomenología
del cuarto sueño.
I.Encuadre y
encaje.
En agosto del año 2014 (BCE). Iglesia del
Monasterio de los Jerónimos (Belén. Lisboa. Portugal). Llena de turistas
paseantes, porque la entrada es gratis, al lado una cola inmensa para comprar
entrada para visitar el monasterio; en
las bancadas de la iglesia unas bandas de separación reservan unos cuantos
bancos para los fieles que van a la Iglesia a rezar: están vacíos.
II.El sueño número
cuatro.
Una vez concluido el paseo por la Iglesia,
manuelina y varios estilos más, todos juntos, me quedo debajo del púlpito, labrado
en piedra, y situado en la esquina izquierda del presbiterio, no hacia la mitad
de la nave, como sueles ser.
Cierro los ojos. Veo una niebla muy densa,
tanto que no distingo ningún objeto, ninguna persona, nada; solo humo, o
niebla. Ante esta visión, todo mi cuerpo se tensa ante la ignota visión, cuando
sé que la iglesia que acabo de visitar está llena de gente. No se oye nada; ni
las pisadas; ni los comentarios de los guías turísticos. Nada; silencio y humo,
o niebla. Soy consciente de todo ello, pero no quiero abrir los ojos porque
siento que la niebla me va envolviendo; no es niebla, lo percibo, es humo; el que se produce al
quemar la mirra. Huelo a iglesia por primera vez.
Poco a poco el humo de la mirra quemada se
expande y deja resquicios por los que ver algo. Empiezo a distinguir personas,
hombre, no, niños, con ropajes largos y rojos, y llevan también una camisola
blanca, muy bordada (roquete); veo solo a tres o cuatro. A medida que se van abriendo claros
en el humo de la mirra quemada, me asombra que no son cuatro, son muchos;
recuento por encima –número de filas, número de personas por fila, todo a ojo
de buen cubero- y abro los ojos; son más de mil. La escena se ha ido acercando
a donde yo me encuentro, o yo he sido trasportado hacia la escena, no sé
distinguirlo. A medida que me acerco, o
se acercan, les oigo cantar. Es un coro –schola
cantorum- de adolescentes. No soy capaz de recordar qué pieza del gregoriano
están cantando. Este coro está situado a la izquierda de mi visión. Giro la cabeza
hacia mi derecha, y mi vista choca con una masa ingente –ya no cuento su número-
de turiferarios con sus incensarios, en los que se está quemando la mirra.
En un lento travelling me voy acercando, o se
me están acercando. Quedan a mi izquierda los cantores y a mi derecha los
turiferarios; se van quedando atrás poco a poco. Me percato de que no estoy
andando; sigo debajo del púlpito de la iglesia del monasterio de los Jerónimos.
Tampoco es una visión; es un sueño. Sigue el travelling que mis ojos persiguen,
y veo unos escalones de mármol negro. Levanto la vista y no veo las nervaduras
del techo de la iglesia de los Jerónimos; veo al baldaquino de Bernini; lo veo
entero, a pesar de que casi estoy en el último escalón, cuando mis ojos chocan,
desaparecido el humo de la mirra, con un Papa, unos cien cardenales, más de mil
obispos, y más de mil sacerdotes con los copones en sus manos, a la espera de
que vengan los fieles a comulgar.
Casi de repente, como cuando un viento
fuerte, muy fuerte, arrambla con todo lo que oscurece nuestra visión. Ojos
limpios, ambiente limpio. Lo veo todo, tras volver a mi primera posición, en la
que solo veía a cuatro personajes. Pero ahora lo veo todo, en una panorámica
inmensa. El baldaquino de Bernini, sobredimensionado, lleno de personaje con
los capisayos y ropajes de la liturgia romana en todo su esplendor. Me subo al
púlpito para ampliar mi ángulo de visión. Solo veo lo descrito: el baldaquino
de Bernini fuera de la Iglesia del
Vaticano; está al aire libre; sin paredes, sin bancos, in capillas laterales,
sin techo; solo el baldaquino lleno de prestes y demás, incluidos los maestros
de ceremonias, tensos y atentos a lo que sucede en el altar. Nadie mira fuera
de los límites del baldaquino. Caigo en la cuenta; no pueden mirar a otro
sitio; solo existe el baldaquino, trasplantado al desierto argelino, en el
mismo emplazamiento de los campos de refugiados saharauis, que se cerraron hace
unos cien años.
De repente desaparece la visión. No, porque
sigo viendo el desierto. No hay nadie ni nada.
III.Interpretación
del sueño.
Tras haber leído de nuevo a Freud, no
encuentro en su guía para interpretar los sueños, ninguna pista que me ayude a
entender el sueño que he vivido. Tengo que improvisar, porque el maestro –que tuvo
y estudió a trece pacientes en toda su carrera, y no curó a ninguno de los
trece- no pudo ni soñar, siendo ateo, que la iglesia se evaporaría en el
desierto. Yo lo he visto y lo puedo atestiguar.
Post scriptum: a la camisola de los cantores, creo que le llamábamos "roquete". Algo que no sabe, creo, la Wikipedia
Post scriptum: a la camisola de los cantores, creo que le llamábamos "roquete". Algo que no sabe, creo, la Wikipedia
Precioso descriptivo el del cuarto sueño. Me ha servido para informarme sobre la poética mitología de la mirra.
ResponderEliminarEmpieza el autor a notarse cómodo en posturas de escritor avezado. Ese que disfruta tecleando cuando comprueba cómo le fluye la expresión a medida que se adentra en las selvas de palabras. Plagadas de umbrías pero también de calveros de sol radiante. Gusta él, disfrutan y esperan sus publicaciones los lectores.
ResponderEliminarLo de la iglesia: es el pretexto. Méritos vienen atesorando, desde luego, de tiempos seculares ya. Veremos aunque no por nuestros ojos.
Sueño....Palabras, imagen que termina en un desierto. Baldaquino en los campo de refugiados saharauis...
ResponderEliminarNinguna pista de interpretación en el Maestro Freud, pero un placer en el lector...que espera la próxima entrega..