lunes, 2 de marzo de 2015

Música, arte para despertar de un mal sueño





 
En la Rossinière, una casona de cincuenta habitaciones y más de cien ventanas, situada en el cantón suizo de Vaud, donde vivió el pintor polaco-francés Balthus (1908-2001) los últimos años de su vida, se habían hospedado también Víctor Hugo, Goethe y Voltaire cuando era el hotel Grand Chalet. 





 

El pintor la había adquirido a cambio de unos cuadros después de casarse en 1967 con Setsuko, una estudiante japonesa que conservaba todos los ritos de la nobleza de su antigua familia de samuráis.





 La mansión se parecía a un templo taoísta, envuelta en el aire trasparente de los altos valles y en su interior se hallaba extasiado un silencio neumático que se acrecentaba con el crujido de los pasos sobre el viejo entarimado, con el maullido de alguno de los treinta gatos que reinaban sobre los almohadones y a veces con el sonido de Mozart. Esta quietud religiosa permitía oír el roce del pincel de Balthus sobre el lienzo y el leve batido en el mortero con que Setsuko mezclaba los pigmentos delicadamente como una geisha.



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