lunes, 18 de febrero de 2013

Tengo un amigo sirio

¿No os lo había dicho? Pues ya lo sabéis. Además del canadiense tengo un amigo sirio. De Homs, primera ciudad en sentir el látigo del tirano. Situada al norte de Damasco y pegadita al Líbano, por cuya frontera escapó hace meses. A pie  los siete kilómetros últimos que lo separaban de la vida y la libertad. Esquivando bombas, sorteando soldados.
 
 

Dice llamarse Aref, firma sad.boy. Verídico: sad, pues vive mordido por tristezas -feas, feísimas- y boy porque aún no es mayor de edad (no os creáis su fecha de nacimiento en la imagen de arriba si os habéis fijado en ella). Le cuesta aprender español: del avión que le trajo a Barajas salió un trozo de él. El otro pedazo ausente se quedó allá -esquivando bombas, sorteando soldados- en las brumas de sus sueños rotos. Cascote prematuro. Sus manos se manchan de sangre –¿sangre virtual? ... qué más da!– cuando toca la pantalla de su móvil, del  portátil cada vez que se conecta. O sea, a todas horas.
 
Andamos muy malamente comunicados. Facebook. Muy simpático, educado, bien preparado. Aviso a navegantes, preparado en su mundo significa familiarizado con las armas. Y Aref desde la infancia ya departía con ellas en casa. Que las trataba de tú a tú, quiero decir. Conducía –sin carnet, claro– con una pistola en la guantera y otra escondida en el calcetín. En un control salió por piernas para ocultarse veloz en los recovecos del zoco. Le cuesta centrarse pero su amabilidad innata le hace atractivo para quienes lo conocemos: nos vamos entendiendo a través de una compañera nuestra que lleva cuatro años estudiando árabe. Y qué bien se bandea. La tía.


Suerte, pequeño gran hombre.
 
¡ VIVA SIRIA LIBRE !
 
Y viva España. Que no te expulsó
(¿... todavía?)

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