PENSAMIENTOS AL  ATARDECER (5)
LA MUERTE, LA OTRA
CARA DE LA VIDA
Hace ya un tiempo, en una entrevista en Televisión,  un escritor consagrado  dividía a las personas en dos grupos:
·        
Los que saben que se  van a morir y son permanentemente conscientes
de ello.
·        
Los que 
saben que todos nos vamos a morir, pero no lo tienen presente; como que
a ellos  no les toca por ahora. 
Yo
había llegado a esta misma conclusión, después de  algunas 
situaciones  personales  difíciles. Cuando comentaba con algún amigo
la relación con la muerte, algunos me decían: “Todos sabemos que tenemos que
morirnos”.  Sí, pero  todos no lo sabemos de la misma manera. En
estos momentos yo sé que me voy a morir y lo tengo constantemente presente.
 Y sin embargo nunca he sentido  tan poco miedo a la muerte como ahora. Aunque
la muerte propia me produce respeto y deseo que llegue lo más tarde posible.
Recuerdo
en mi  infancia el terror a la muerte; como
en todas partes, en mi pueblo había entierros con frecuencia, en los que participábamos
los niños. La muerte era algo que vivíamos con frecuencia y que nos
provocaba  temor y temblor. Sobre todo
cuando ocurría la muerte de algún niño por enfermedad;  recuerdo  con miedo profundo algunas muertes de niños de
mi edad;  o la muerte de algún joven por
accidente;  vivíamos esas muertes, y la
muerte en general,  como una situación de
pánico.
Además
 la muerte estaba unida a la posibilidad
del infierno,    tan presente también en cada
momento de nuestra vida. El infierno tras la muerte  nos lo hacían presente  en la escuela, en la catequesis, en la
familia. Era un sufrimiento continuo el pensar en la muerte y en el infierno. Pensar
en la propia muerte era sufrir desconsoladamente.
 Pasada esta etapa dolorosa de  la infancia y la juventud, mi postura estaba
muy próxima al segundo grupo, “sé que todos 
moriremos”.
En
cambio ahora mi relación con la  muerte
es distinta: Sé que  en cualquier momento
puedo morir, aunque  deseo que sea lo más
tarde posible. La muerte me confirma  que
vivo y me hace gozar de   la vida con
mayor intensidad, porque sé  que la vida
es finita, que  merece la pena vivirla,
pero que tiene fecha de caducidad.  Antes
el  miedo a la muerte no me permitía
vivir con libertad, con gozo, con tranquilidad; ahora,  el saber que  
puedo morir en cualquier momento no me quita la paz, ni me
intranquiliza, sino que me  apremia a
vivir con mayor intensidad cada momento, a gozar de cada situación, a
experimentar nuevas experiencias.  La
muerte es la otra cara de la vida, me apremia a vivir, me  descubre que no puedo perder la vida en
naderías.  Sé que perderé la vida tras la
muerte, por eso es importante vivirla. Antes la muerte no me dejaba vivir con
tranquilidad;  el ser consciente
ahora   de su finitud, me provoca el
vivirla con más intensidad.
No
podemos imaginarnos una vida sin muerte y no tiene sentido hacer comentarios
sobre lo aburrido que sería el vivir sin final. Lo que sí sé es que desde el
momento en que  vivo y soy consciente de
mi finitud, la vida me resulta más atractiva, con mayores ganas de vivir,
sorbiendo el vaso con mayor placer. 
Ni  el grito de Millán Astray  -“viva la muerte”- que siempre  me ha parecido un desprecio a la vida, ni el
miedo aterrador  a la muerte. El título
de las memorias de Neruda –“Confieso que he vivido”-  en nuestro caso “Confieso que estoy viviendo”
 es un excelente resumen de lo que pretendo
decir.
Alguno
me ha dicho que la postura  de tener
presente la muerte y de aceptarla con entereza 
es una actitud próxima al suicidio. En mi opinión es más bien un amor
profundo a la vida. La certeza de la muerte me provoca el vivir la vida con
mayor satisfacción.
Quedan
fuera de este comentario el dolor, la enfermedad, el problema del mal.  Tampoco es una reflexión sobre la vida, como engaño
que tuvimos a la entrada y el desengaño que estamos teniendo a la salida, según
Gracián. Son temas de otras reflexiones.
Leo tu Entrada, Ernesto, tres horas después de conocer el fallecimiento de mi hermano Paco en su casa de Lugo y a escasas horas de salir para Galicia. Me encontraba en ese momento con mi hija y dos sobrinos. Anoche hablaba con mi cuñada y sus noticias me hicieron poner el reloj en tiempo de "descuento": pensaba en semanas, días quizá, pero no que la cuenta atrás fuera tan vertiginosa.
ResponderEliminarLeer tus párrafos ha añadido paz a la que ya sentía en mi interior. Gracias por ello y comprueba -de paso- cómo escribir y comunicarnos (en la forma que sea) no es malo y siempre mejor que su contrario (sí, es una indirecta, tómala como tal; gracias de nuevo, buen amigo).
¿Recordáis aquello de que 'vita humana est processus'? La muerte, pues, uno más de los elementos que la componen, creo. En realidad, mi hermano nos venía dejando día a día, hora a hora desde hace semanas. Poco a poco: cuando ya dejó de contestar 'jubjubs' que le enviaba de vez en cuando supe que empezaba una silenciosa despedida agravada por su falta ya de audición.
Me abstengo -obviamente- de cualquier atisbo de panegírico pero daría para un bello libro. Siempre nos quisimos mucho.
Ahora me siento más obligado a intentar hacer más felices a los que me rodean: TEMBLAD !!!
A Ernesto, a Amador.
ResponderEliminarHe leído varias veces la entrada y el comentario. Admiro vuestra postura.
En mi caso, la relación con la muerte (la propia y la de las personas queridas) ha sido y es conflictiva. Los años suavizan el conflicto, pero sigo sintiendo como un "atropello" que alguien lleno todavía de vida, deje de existir. Soy impotente para impedirlo y solamente puedo aceptarlo, pero contra mi voluntad.
Es posible, amigo Ernesto, que la muerte sea la otra cara de la vida. Así será, pero esa cara no me gusta. Me encuentro cerca de esa "oracion" del santo laico Don Antonio Machado:
"Ya me arrancaste, Señor, lo que yo mas quería,
oye, de nuevo, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía,
ya estamos solos mi corazón y el mar"
En esa última soledad, apuesto por el sentido de la muerte. Pero esa "apuesta" es un acto de mi voluntad, no de mi razón.
Juan Antonio Mtnz de la Fe, dijo:
ResponderEliminarEl Jubjub de hoy se sale de la tónica habitual. Es una reflexión a la que, lógicamente, no soy ajeno. Las visitas al tanatorio son cada vez más frecuentes, ves amigos que se van y de muy diversas maneras y los años que van amontonándose ya dejan entrever una cima cada vez más próxima.
Jo! Si que os ponéis trascendentales con la muerte, cuando es la cosa más natural del mundo. A mi me fascina por lo limpia que es, por el tratamiento tan justo que da a todos, por lo cumplidora. Todos le pertenecemos y ella nos acoge sin generar problemas. A partir de ella descansaremos en paz. Así lo espero.
ResponderEliminarLo que es cierto es que cada vez está más presente a nuestro alrededor e indudablemente más cerca de nosotros. Yo me identifico plenamente con lo que dice Ernesto. Cada día aprecio más la suerte de vivir y sobre todo la suerte de vivir como vivo. Y en no quitar nada a nadie en mi modo de vivir, procuro vivir lo mejor que puedo y me considero un privilegiado.
ResponderEliminarPero si así veo la muerte, no digo lo mismo cuando viene acompañada de la enfermedad y el dolor. Sobre eso mis reflexiones creo que son muy diferentes. No le temo a la muerte, creo, pero sí a la muerte estúpida e injusta, porque haberlas haylas; y a la enfermedad y al dolor.
Tengo pavor a la muerte de algunos seres queridos porque me cambiaría sin dudar por alguno de ellos.
Acabo de volver de unos días de "más" vacaciones. Y me engancho al tema. Un libro fuera de serie sobre el tema:
ResponderEliminarHEATH, Iona Dra.
Ayudar a morir. Con un prefacio y doce tesis de Jhon Berger.
ed. KatzBuenos Aires, 2008.
"El tiempo pasado no es más que el mal a distancia; y no cabe duda de que el estudio del tiempo pretérito tiene también su curso en el tiempo. La catalogación de fragmentos fósiles del mal nunca dejará de ser un Ersatz, un sucedáneo, de la experiencia de eternidad"
ResponderEliminar(Huxley, Aldous, Viejo muere el cisne, Planeta, Barcelona, 1997, pág. 101)