jueves, 24 de julio de 2014

Discurso de Azorín en Aranjuez (inserta Ernesto Herrero)

Queridos compañeros: Gracias cordialísimas a todos; gracias por siempre y para siempre. Hay tanta inmodestia en no aceptar tercamente un honor como en prodigarse persiguiéndolo. Se ha dicho que rehusar el elogio es deseo de ser dos veces loado; puesto que a la negativa del elogio, por nuestra parte, ha de corresponder cortésmente la reiteración de la loanza por parte del elogiador. Una consideración capital se ha impuesto a mi espíritu cuando surgió la idea de este acto: la consideración —que estaba en el ambiente— de que se trataba, más que de celebrar una persona, de reiterar y afirmar una tendencia. Afirmar, reiterar, corroborar, renovar una tendencia, haciendo una pública manifestación de solidaridad, de hermandad espiritual, de fraternal compañerismo. Lo que nos une aquí son ideas, sentimientos y anhelos que todos llevamos en nuestro espíritu y por los que todos suspiramos. No se trata de jóvenes o viejos, ni de tradicionalistas o revolucionarios en literatura. De viejos y de jóvenes no se puede hablar mirando a la edad; maestro de algunos de los que nos encontramos aquí fue D. Francisco Pí y Margall, y Pí y Margall, que murió en la senectud, acabó su vida en una esplendorosa lozanía de corazón y de intelecto. Jóvenes hay que son decrépitos; viejos hay que pueden dar lecciones de entusiasmo y de optimismo a los jóvenes.

 

         No es principalmente una orientación literaria lo que, a mi parecer, nos congrega aquí. La estética no es más que una parte del gran problema social. Para los que vivimos en España; para los que sentimos sus dolores; para los que nos sumamos — ¡con cuánta fe!— a sus esperanzas, existe un interés supremo, angustioso, trágico, por encima de la estética. Desearemos la renovación del arte literario; ansiaremos una revisión de todos los valores artísticos tradicionales; mas esas esperanzas y esos anhelos se hallan englobados y difusos en otros ideales más apremiantes y más altos. En balde perseguiríamos lo menos si no pusiéramos antes nuestro empeño en conseguir lo más.

 

         Queridos amigos: En 1835, viajando Larra por los páramos deshabitados de Extremadura, después de haber recorrido —en la soledad y el desamparo— los viejos, pedregosos, polvorientos caminos de Castilla, preguntaba, haciendo un alto en su peregrinación: «¿Dónde está España?» La pregunta de Larra no ha sido contestada todavía. Han pasado ochenta años y aún podemos formular esa interrogación melancólica del satírico. ¿Dónde está España? Podemos formular esa interrogación a la vista del espectáculo que nuestro país ofrece. Salid de Madrid y encaminaos a Andalucía. Dejad atrás vuestros libros, los teatros, la charla amena en la tertulia, el paseo al anochecer por la calle reverberante de luz y bulliciosa. Olvidaos de las eternas y alucinadoras discusiones del Salón de Conferencias. Quedaos a solas con vosotros mismos. Ante vosotros se extiende el panorama de la campiña española. Ya no escucháis discursos grandilocuentes; ya no columbráis cruzar raudo el automóvil de un ministro. El campo está desolado, casi yermo; estos pobres labriegos que lo labran, apenas pueden, con lo que de la tierra sacan, satisfacer angustiosamente al fisco y pagar las deudas exorbitantes de la usura. Ved cómo la labor penosa de tierra ha encorvado —tras largos años— los cuerpos; ved sus caras flácidas, amarillentas, que desmienten el tópico, tradicional y poético, de los colores y las carnosidades campesinas. La inanición va minando, podo a poco, las generaciones de labriegos. Como con una hoz, son segadas las vidas por la tuberculosis. En las míseras casillas de los pueblos donde estos hombres viven, no hay lumbre ni pan; los hijos de estos hombres no tienen escuelas donde aprender los rudimentos de la instrucción. Al igual que en el siglo XVII, cuando los moriscos fueron expulsados de España, estos labriegos, con sus mujeres, con sus niños, pálidos, extenuados, cubiertos de andrajos, peregrinaban en bandadas por los caminos en busca del lejano mar: el lejano mar por el que han de caminar o morir lejos de esta tierra por que penaron.

 

         ¿Dónde está España? ¿Dónde está la fortaleza de España? Los países no son fuertes ni por sus ejércitos ni por sus acorazados. No sirven de nada ejércitos y acorazados cuando millares y millares de campesinos perecen en la miseria y la inanición. La fortaleza es una resultante del bienestar y de las justicias sociales. Al recorrer estos campos secos y grises; después de hablar con estos labriegos resignados y tristes, cuando hemos estado en sus pobres viviendas, y hemos paseado por las callejuelas de los pueblos, y hemos asistido, hora por hora, al vivir cotidiano, fraternalmente, de estos hombres que, siendo compatriotas nuestros, parecen habitantes de otros hemisferios, un sentimiento profundo se apodera de nuestro espíritu. Es indignación y es desesperanza; es abatimiento y es impetuoso deseo de aniquilamiento y renovación. Todo se junta y se revuelve tumultuosamente en el fondo de nuestro ser. Ya en Madrid, ya en el Salón de Conferencias, ya con las diarias informaciones políticas delante de los ojos, no acertamos —perplejos, desorientados— a casar la realidad angustiosa y brutal que acabamos de ver con la siniestra frivolidad que desfila frente a nosotros. Discursos grandilocuentes, conferencias, entrevistas, idas y venidas, conciertos y desconciertos, manifestaciones, declaraciones, programas, todo esto, ¿qué te importará a ti, labriego atenazado por el hambre, labriego a quien tus hijos piden pan, pan que no tienes? Todo esto ¿Qué te importará a ti, menestral afanado en los cien pequeños oficios del hierro, de la madera y de la lana? Todo esto ¿qué te importará a ti, modesto ciudadano de la clase media, condenado al mayor de los tormentos sociales, el tormento de aparentar una holgura de que no se goza, un decoro reñido con la secreta angustia del apremio diario? Todo esto, ¿qué nos importará a nosotros, los que ante el panorama de Castilla, de Levante o de Andalucía hemos meditado el presente trágico de España?

 

         Una disparidad profunda existe entre la política y la realidad. Con el sentimiento desgarrador de esa disparidad ha nacido a la vida del arte una generación española. La agresividad con que ha combatido el artificio político, la ha llevado a combatir, lógicamente, los falsos valores estéticos. Todo se encadena y enlaza. No seríamos consecuentes si, combatiendo la falsedad en la literatura, la aceptáramos o toleráramos en lo política. La hostilidad hacia lo que vemos que es obstáculo a la marcha de un pueblo. Amamos el paisaje de España; por primera vez en la historia del arte literario español se ha amado la Naturaleza por la naturaleza misma. A la comprensión del paisaje queremos unir la comprensión de la raza y de la historia. Deseamos que el legado clásico destaque en el tiempo, no abstractamente —obra de eruditos y de profesores vanos—, sino ligado a las circunstancias en que se ha producido, en fusión armónica con la raza y con el paisaje. 

 

         Queridos compañeros: Allá por 1721, y en estos mismos días melancólicos de otoño en que las hojas amarillean y caen, visitó estos mismos parajes de Aranjuez un hombre de vivo y penetrante entendimiento. Venía de un pueblo en que Descartes, Racine, Le Nôtre, habían formado, diversamente, cada uno en su actividad especial, una atmósfera espiritual de lógica, de orden, de claridad y de realidad. Aludo a Saint-Simon. Saint-Simon ha dejado, en la parte de sus Memorias relativas a España, una serie de impresiones en que se aprecia el contraste entre el espectáculo español y esa temperatura moral de que ya antes he hablado. Tiempo después, a fines del siglo XVII, estuvo también paseando estas alamedas otro gran observador de los hombres: el caballero Casanova de Saingalt. En esas mismas páginas en que, también en sus Memorias, Casanova habla de Aranjuez, escribe las siguientes profunda palabras: «¿Quién duda de que España necesita de una regeneración, que no puede ser sino el resultado de una invasión extranjera, sola capaz de reanimar en el corazón de todo español ese hogar de patriotismo y de emulación que amenaza extinguirse en absoluto?» Como si estas palabras fueran una profecía, años después, en 1808, se producía la invasión, y en España estallaban brillantes manifestaciones de patriotismo. La renovación de la vida nacional no vino, sin embargo. Pero Casanova añadía: «Si España recobra alguna vez su puesto en la gran familia europea, mucho tememos por ella que no sea sino a costa de una terrible conmoción, Sólo el rayo puede despertar esos espíritus de bronce.»

 

         Sólo el rayo puede despertar esos espíritus de bronce. Tal es nuestro marasmo, tal es nuestra secular inconmovible inercia, que esas palabras son hoy, al cabo de más de un siglo, una abrumadora verdad.

 
         Amigos, compañeros: Gracias cordialísimas; gracias por siempre y para siempre.

2 comentarios:

  1. "Contra el gesto del persa, que azotaba
    la mar con su cadena;
    contra la flecha que el tahúr tiraba
    al cielo, creo en la palabra buena.
    Desde un pueblo que ayuna y se divierte,
    ora y eructa, desde un pueblo impío
    que juega al mus, de espaldas a la muerte,
    creo en la libertad y en la esperanza,
    y en una fe que nace
    cuando se busca a Dios y no se le alcanza,
    y en el Dios que se lleva y que se hace".

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  2. En extremo difícil el intento de formular qué ha cambiado y qué permanece de la España que aquel discurso denunciaba. Tanto quizá como acertar a llenar de contenido el abstracto concepto de progreso, que hasta el mismo Manuel Valls, flamante nuevo primer ministro francés, vadeó con astucia no hace ni 48 horas.

    La cobardía y egoísmo feroces de nuestra clase dirigente unidos a su desprecio por la ciencia y la cultura, desde luego que no auguran celebraciones con fuegos artificiales.

    Pero nunca antes tantos ni de forma tan honda y extensa pasaron por las aulas: ni había becas para ayudarse ni finalizados los estudios posibilidad remota de fotografiarse con ella al cuello, orgullosos, ufanos en fiesta alguna de graduación.

    ¿Nuestra única esperanza, quizá?

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