martes, 6 de noviembre de 2012

DERECHISTAS E IZQUIERDISTAS

 Frei Betto es escritor, autor de la novela “Minas del oro”, entre otros libros. 
www.freibetto.org twitter:@freibetto.


Nada es más parecido a un izquierdista fanático, de esos que descubren la nefasta presencia del pensamiento neoliberal hasta en las mujeres que lo repudian, que un derechista visceral, que identifica la presencia comunista incluso en la Caperucita Roja.
Ambos padecen del síndrome de pánico conspiratorio. El derechista, envalentonado por una coyuntura que le es favorable, se vanagloria con la barra adinerada que le adula como un amo a su perro amaestrado. El izquierdista, rodeado de adversarios por todas partes, cree que la historia es el resultado de su voluntad.
El derechista nunca defiende a los pobres, y si eventualmente lo hace es para que no perciban cuán insensible es. Pero ni pensar en verlo como amigo de los desempleados, o de los agricultores sin tierra o de los niños de la calle. Él mira a los desheredados por el binóculo de su prejuicio, mientras que el izquierdista prefiere evitar el contacto con el pobre y sumergirse en la retórica contenida en los libros de análisis social. El izquierdista se llena la boca con categorías teóricas y prefiere el refugio de su biblioteca a mezclarse con ese proletariado que nunca llegará a ser vanguardia de la historia.
El derechista adora exhibir sus ideas en las reuniones de sociedad, brindando con el buen vino de una excelente cosecha y rodeado de gente refinada que exalta su aureola de genio. El izquierdista compra adeptos, pues no soporta vivir sin que un puñado de incautos lo cuestionen como líder.
El derechista escribe, preferentemente, para atacar a quienes no reconocen que él y la verdad son dos entidades en una sola naturaleza. El izquierdista no se preocupa sólo por combatir el sistema sino también se desgasta tratando de minar a políticos y empresarios que, a su parecer, son la encarnación del mal.
El derechista pasa por intelectual, tuerce la boca al adornar sus discursos con citas, como buscando en autoridad ajena la muleta de sus secretas inseguridades. El izquierdista cree en la palabra inmutable de los mentores del marxismo y no admite otra hermenéutica que no sea la suya.
El derechista considera que, a pesar de la miseria circundante, el sistema ha mejorado. El izquierdista ve en el progreso el avance imperialista y no admite que su vecino pueda sonreír mientras un niño llora de hambre en África.
El derechista es de un servilismo abyecto ante los conspicuos del sistema, los políticos poderosos y los empresarios importantes, como si en su cabeza residiera la teoría que sustenta todo el edificio de iniciativas prácticas que aseguran la supremacía del capital sobre la felicidad general. El izquierdista no soporta la autoridad, excepto la suya propia, y cuando abre la boca se plagia a sí mismo, ya que sus menguadas ideas le obligan a ser repetitivo.
El derechista es emotivo, prepotente, envanecido. El izquierdista es frío, calculador y soberbio.
El derechista se irrita hasta gritar si encuentra el cuello de la camisa mal planchado. Entregado a las grandes causas, las cosas pequeñas son su talón de Aquiles. Detesta hablar de derechos humanos y es condescendiente con la tortura. El izquierdista admite que, una vez en el poder, los torturados de hoy serán los torturadores de mañana.
El derechista se siente mal viendo a tantos izquierdistas sobrevivientes a todo lo que se hizo para exterminarlos: dictaduras militares, fascismo, nazismo, caída del muro de Berlín, dificultad para acceder a los medios, etc. El izquierdista considera al derechista como un candidato al fusilamiento.
El derechista y el izquierdista, los dos son perfectos idiotas. El derechista padece de la enfermedad senil del capitalismo y el izquierdista, como afirmó Lenin, de la enfermedad infantil del comunismo.
Aunque soy ‘minero', no comulgo con ruedas de molino. Soy de izquierda, pero no izquierdista. Quiero que todos tengan acceso al pan, a la paz y al placer, sin que los derechistas traten de reservar tales derechos a una minoría, y sin que los izquierdistas quieran impedir a los derechistas el acceso a todos los derechos, incluso el de expresar sus aberrantes fobias. (Traducción de J.L.Burguet)


El Grano de arena. Revista de Attac

1 comentario:

  1. Qué casualidad, Mariano, que hace apenas unos días pensaba yo mucho en las diferencias entre izquierdas y derechas (que no derechistas ni izquierdistas).

    Reconozco haberme notado perplejo, anquilosado para resumir, sintetizar. Abominando de cualquier discurso (peri)patético, manido o fatuo. Así que leí con atención este artículo que insertas: bueno, bien, no digo que no.

    Pero mi propósito era comprimir. No lo conseguí. Un fracaso. Otro más pero ya me río de tantos. Lee –si te apetece- estos pocos trazos que fui a duras penas capaz de pergeñar.

    La persona de izquierdas se me aparece como más enfocada en sus pulsiones vitales hacia la gente, sus derechos, su bienestar. A que se genere y prevalezca el mayor número de ‘iguales’ posible con los que relacionarse de tú a tú. Gente curiosa de lo que pueda haber más allá, más arriba, dentro o al margen. La idea de que todos y todo sea mejorable parece obsesionarle y someterse a autoridad le resulta penoso si esta no es lo bastante asamblearia.

    La de derechas –que también se preocupa por sus congéneres-, valora mucho la norma, el orden, la seguridad, los usos y costumbres, el entorno familiar. No muy dada al riesgo de probar lo nuevo, de experimentarlo. Trata más bien de conservar lo que tiene (que suele tenerlo, a veces en abundancia) y que además le gustan esas sus posesiones y le parecen buenas. ¿Podría hablarse de postura ‘acomodaticia’?, quizá pero no en el orden económico, en el que suele resultar más emprendedora o empresarial (lo cual acaba redundando en bienestar para todos: para ellos más, claro, pero en según qué parte, es justo, no?).

    Estoy a punto de declararme creyente –con fe bastante poco profunda, desde luego-, en ciertos avances científicos, muy titubeantes, en la brecha de la investigación del cerebro humano y en la asociación genética. Dicen que conservador se nace, no se hace.

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