El Caballero de la palabra pierde lanzas, escudos, yelmos, trozos de armadura, sale maltrecho y herido infinidad de veces. Pocos personajes en la historia de la literatura han ido dejando tras de sí un rastro semejante, hasta el punto de que casi podemos decir que no hay aventura en la que se embarque en que no deje a sus espaldas algo de sí mismo. Es decir, no habla por hablar. Cuando le toca hacerlo, paga una prenda. Y esa es la ironía, que el caballero que comete un desatino tras otro sea también el que termina dando cuenta con sus palabras y sus actos de todo lo que indecible, noble y hermoso hay en nosotros".
(Gustavo Martín Garzo, El País, 23/04/14)
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