jueves, 5 de junio de 2014

"Hablaría con un tipo lúcido de derechas, pero no con un estúpido de izquierdas" Bernard-Henry Lévy



  


Cuando a las tres y veinte de la tarde de un miércoles Bernard-Henri Lévy baja de un coche con cristales tintados en el 61 de la rue Saint Pères, sede de Grasset Editions, y saluda a la gente que encuentra a su paso, uno entiende que se le llame BHL. Es alto como podía imaginarse, pero mucho más delgado. Viste como ayer y como mañana: traje oscuro y camisa blanca con cuello estudiosamente levantado, tres botones desabrochados y bronceado pecho a la vista. Por cómo se mueve se nota que no es un tipo de siestas ni de largas sobremesas. Aquí está BHL (Beni Saf, Argelia, 1948): un intelectual de acción, un profesional colmado de autoestima, un hombre que nunca jamás será como usted.
Llega con veinte minutos de retraso y se disculpa como si esta fuera la última cita del día. Habla un español emulsionado de chile chipotle pero, por cuestiones de seguridad, la conversación será en francés. En su rol de filósofo “nacional” controvertido y reconocidamente mediático levanta odios y pasiones. Para él, la democracia consiste en el desacuerdo, en la diferencia, en no seguir una misma dirección. Quizás por eso no dejará indiferente ni a la izquierda, ni a la derecha, ni a los verdes, ni al centro, ni a usted. Ahora que a Europa le sobran dudas y le faltan votos, aquí un defensor con respuestas.
Se dice que la política es el origen del desarrollo de la Humanidad, ¿está ahora limitada a la economía?
No, creo que afortunadamente política y economía son dos términos distintos. Si solo existiera la economía sería una fatalidad. Lo que hace que no lo sea, y que la suerte del mundo no esté echada, es la existencia de la política. Y la nobleza y grandeza de la política están en el hecho de que ella puede desviar el curso de la economía, incluso oponerse a ella.
Entonces, ¿cuáles cree usted que son o deberían ser los valores en esta Europa neoliberal en la que la mitad de los ciudadanos no votó en las más recientes elecciones?
No ha triunfado el neoliberalismo, no es verdad. El sistema bancario estaba loco en los primeros años del siglo XXI. Y ahora, desde la crisis de 2008, está menos loco. Hay regulaciones bancarias, reglas a nivel interno que se imponen a todos y cada uno de los bancos, que hacen que no podamos decir que las finanzas sean una jungla.
Hay que preguntarse cuáles son sus valores y cuáles sus preocupaciones. La preocupación tiene que ser procurar mejoras en la vida de los europeos. Recordemos que después de la Segunda Guerra Mundial Europa liberó del fascismo a Francia, Alemania, España, Portugal... La máquina europea mantuvo al continente sin guerras hasta los casos de Bosnia y de Ucrania. Hoy tiene que contribuir a crear prosperidad. A partir de ahí, el valor de Europa es el Universalismo, la preocupación por el mundo. Europa es la única civilización que tiene aquello que los griegos llamaban ecúmene, la preocupación por la tierra habitada. América no la tiene, Asía y África, tampoco. Lo que caracteriza a Europa es que ha inventado la responsabilidad de proteger definiendo regulaciones y leyes internacionales para algunos crímenes. Esos son los valores de Europa, lo que Husserl entendió como Universalismo.
¿Europa es un proyecto social o financiero?
Para mí, Europa es una idea. Por lo tanto, antes que proyecto social o financiero, es una cultura, un espíritu.
No, y precisamente por eso Europa es un proyecto importante. Te voy a poner un ejemplo: en Europa hay demasiados parados a punto de quedarse sin prestación ni derechos. Pienso que sería una gran reforma y que contribuiría además a hacer una Europa más amable, si se inventara una indemnización para esos parados que no están protegidos por sus estados. Todos ellos deberían ser acogidos por una institución europea ad hoc. La solución existe, los medios existen. Hay que hacerlo. Europa no debe reducir derechos para sus ciudadanos, al contrario, debe aumentarlos. Ya hay derechos que garantiza cada estado, ahora falta que Europa provea los derechos suplementarios que debe aportar y que desafortunadamente hoy no están garantizados por los estados.

Y ese espíritu, esa cultura, ¿cree usted que protege a sus ciudadanos como debería?
Usted tiene una vasta y larga producción como escritor: columnista, novelista, filósofo esencialmente combativo... Sin embargo, hay quien le acusa de no tener una obra filosófica cumbre. ¿Qué piensa al respecto? ¿Qué es la filosofía para usted?
La filosofía es la base, la base del resto, el zócalo de todo lo demás. Un filósofo es alguien que produce conceptos; el desarrollo de uno de ellos puede ser suficiente. Y yo pienso que he contribuido a fabricar, manufacturar, artesanar uno o varios conceptos filosóficos que pueden haber aportado algo, como la reparación como sinónimo de lo que un hombre puede hacer mejor en este mundo, o el de la voluntad de curar como sinónimo de todos los totalitarismos.
¿Es más difícil ser de izquierdas o de derechas?
Siempre es más difícil ser de izquierdas porque la izquierda está más enferma que la derecha, y la derecha se conforma con el orden de las cosas. Pero lo verdaderamente complicado es ser inteligente y no ser estúpido. Me acuerdo que Gilles Deleuze soñaba con una antología de la tontería, y tenía razón. Puedo hablar con un tipo inteligente de derechas, pero no puedo hablar con un estúpido de izquierdas.
Con 18 años su padre se alistó como brigadista internacional voluntario y vino a España a defender las ideas de la República. ¿Le ha influido esa actitud?
Es evidente que ha sido un ejemplo. Toda mi vida he pensado en él. Cuando estaba vivo, quería que se sintiera orgulloso de mí, y desde que murió, he querido poder ser digno de él. Llegó en el 38, muy tarde comparado con otros brigadistas, ya con la causa prácticamente perdida y con España, salvo Barcelona, en manos de los fascistas. En esa época era comunista, pero probablemente dejó de serlo al final de la Guerra Civil. Me enseñó tres cosas: la fraternidad, el heroísmo de los que luchaban por una causa justa sabiendo que habían perdido, y el descubrimiento de todo lo que podría traer de malo la disciplina comunista.
¿Qué mueve y qué conmueve para usted el mundo? ¿El dinero? ¿Las ideas? ¿La cultura?
Las ideas. El dinero es un ídolo, un falso dios que tiene el valor que le queramos dar, una simple convención. Las ideas tienen un cuerpo, son más tangibles, más fuertes.
Suena su teléfono y BHL atiende la llamada. Arrastra la silla y levanta su espigada figura. Espalda recta y pasos cortos. Bromea. Abandona la sala charlando con alguien a quien llama doctor mientras doy vueltas a las cosas tangibles, con cuerpo. Hay muchos juicios sobre él. Su exceso de protagonismo no suele gustar a los de su gremio. En ningún momento le hizo falta estudiar la carrera de marketing. En realidad, no hay dudas sobre su capacidad para generar obras y conceptos. Igual escribe un libro de correspondencias cruzadas con Michel Houllebecq que deviene best seller (Enemigos públicos, Anagrama 2009) que una pieza de teatro como la que presenta este junio: Hôtel Europe, monólogo en cinco actos dirigido por Dino Mustafic e interpretado por Jacques Weber, una ficción teatral en la que un escritor, encerrado en la misma habitación de hotel en la que estuvo 20 años atrás, se replantea el futuro en las horas previas a ofrecer un discurso que conmemorará el inicio de la guerra de 1914. El preestreno tendrá lugar el 27 de junio en el National Theatre de Sarajevo, y el estreno oficial, el 11 de julio en La Fenice de Venecia. A partir del 9 de septiembre, coincidiendo con la publicación del texto en Grasset, desembarcará en el teatro de L´Atelier, en París.


Una filosofía francesa

BHL irrumpió a mediados de los setenta con temperamento arrollador. En aquella época, junto con antiguos maoístas como André Glucksmann, Christian ambet o Guy Lardreau agitó el establishmentintelectual francés. Eran los Nuevos Filósofos. Les definía un sentimiento antidogmático, anticonformista, anticomunista, antitotalitarista y, de alguna manera, contrario a los estructuralistas que por aquel entonces parecían intocables. Desde su posición de director de una colección de obras filosóficas en la editorial Grasset, Bernard-Henri Lévy catapultó a estos autores. Él apareció en 1977 con La barbarie con rostro humano, obra en la que expresaba la ideología del deseo y que fue muy celebrada por popes de la época como Roland Barthes. Siguió desarrollando sus tesis dos años más tarde con El testamento de Dios. Desde entonces, confía en la función liberadora de la filosofía y en la figura del intelectual como antídoto a la barbarie.
A día de hoy, después de muchos libros y algunas películas desafortunadas, resiste como fundador de la revista La régle du jeu y es columnista en PointIl Corriere de la Sera o EL PAÍS, entre muchos otros. Su último ensayo es de 2013 y se titula Les aventures de la vérité. Tiene una página web hiperactiva. Ha dicho que la filosofía es el arte de la guerra y la literatura el arte del camuflaje. Así se mantiene en la gran tradición francesa de filósofos pacifistas, eternamente enfrentados a los totalitarismos. Astuto polemizador, no se separa del conflicto ni se corta ante las cámaras. Es esa persona a la que cuando le preguntas de dónde viene puede responder de Bangladesh, de la tele o del despacho del presidente. Unos, tantas ideas; otros, tan pocas. Por supuesto, vuelve como lo que es, un señor alcalino.
Usted apoyó la intervención de los rebeldes en Libia. En vista de los resultados, ¿se arrepiente?
No, no me arrepiento en absoluto. Para empezar, uno no se puede lamentar de la caída de ningún dictador, ni de que hombres y mujeres se conviertan en sujetos políticos capaces de elegir entre el bien y el mal. Además, pienso que si la situación actual no es buena, al menos no es tan mala como lo era con Gadafi. Y lo puedo demostrar: es mala porque hay islamistas que cometen crímenes en la calle. De acuerdo. Pero al día siguiente vemos a mujeres en las mismas calles de Trípoli y Bengasi persiguiendo a los islamistas, protestando en contra para que siga esa batalla ideológica y política que se libra actualmente en Libia entre el islam radical y el moderado. Nosotros nos equivocamos al no tomar posición en esa batalla. Soñaba con una Francia y con una Europa que hubieran sido fieles a sí mismas y que, tras la caída de Gadafi, hubieran seguido ayudando a ese estado. No ha sido el caso. Lo lamento. Dicho esto, Libia es hoy el escenario de esta confrontación entre los dos islam, y que es la gran pregunta del siglo XXI. Espero que el islam moderado, liberal y democrático triunfe.


En la tradición de algunos estructuralistas, como su admirado Foucault y sus viajes a Irán a finales de los setenta, ha viajado hasta conflictos con ánimo pacifista. ¿Ha cambiado la función del intelectual comprometido desde entonces? ¿Cree en el autor como figura ideológica?
No creo que haya cambiado. Cuando voy a cubrir la guerra en Bosnia, la guerra en Libia, esas guerras olvidadas, tengo la sensación de estar haciendo el mismo trabajo que otros, de ayudar, como hicieron George Orwell y demás escritores. Lo que quizás yo hago distinto, que no es puramente función de intelectual, es que no me contento con dar testimonio. Dar testimonio es formidable, no digo que no. De hecho, creo que si hubiese podido escribir L´espoir, de Malraux, mi vida ya hubiera tenido sentido. Pero lo que hago es, además de testificar, actuar. Tengo la pasión de la acción. Recientemente he estado en Bangladesh 44 años después y he tratado de convencer a sus dirigentes de hacer algunas cosas, he reflexionado con ellos para convencer a la comunidad internacional de su grandeza y de sus cualidades. Cuando voy a Ucrania me vuelvo al despacho de Hollande con los dos candidatos a la presidencia, Porotchenko y Klitchko... No diría que la función haya evolucionado porque yo no soy la función, pero evoluciono a mi manera debido a mi pasado, mi historia, mis neurosis, la variedad de mi vidas virtuales... vete a saber.
Se le ha visto hace dos meses en la plaza del Maidan, en Ucrania. ¿De dónde le nace ese compromiso?
A lo mejor viene de mi padre, a lo mejor viene de otra razón. Mi compromiso nace de una energía física, personal. Envejecer no me impide moverme. Me gusta la aventura, lo real, el choque. Fui formado por una escuela filosófica, la Fenomenología de Husserl, que se rige por dos conceptos aparentemente contradictorios pero que van unidos. Por un lado, la ciencia de la lógica, el pensamiento puro, la abstracción absoluta; y por otro, el retorno a las cosas primeras, el contacto con la realidad y la rabia. Soy heredero de esos conceptos y partidario de los dos.
Entonces, ¿cómo se clasifica a usted mismo, filósofo, ciudadano, intelectual comprometido...?
Filósofo escritor de acción.
¿Qué recuerdos guarda de la fundación de los Nouveax Philosophes?
Un escándalo y un desorden enormes, el terror en los bienpensantes por asistir a la llegada de unos jóvenes con una insolencia absoluta. Fue una pequeña revolución cultural. Evidentemente, y afortunadamente, sin muertos, sin esa voluntad de pureza que suele acompañar a las revoluciones. Era una buena época, pero esta también lo es. Si me quieres pillar por la nostalgia, vas mal encaminado. Mi temperamento no la admite. Yo vivo y estoy en el presente.
Usted sostiene que conviene acabar con el Partido Socialista para reformularlo. ¿Cómo debería ser el nuevo?
El Partido Socialista es un gran cadáver caído de espaldas [hace referencia a su propio libro, Ce grand cadavre tombé à la renverse], está muerto. La izquierda francesa está en un estado de descomposición absoluto. Ya no reconocemos nada de la herencia izquierdista, ni nada de lo que para mí es la esencia de la izquierda, que no es más que la reconciliación de dos sueños: la libertad y la igualdad. Detesto la gente de izquierdas antiliberal, porque dentro de lo antiliberal está la antilibertad, y detesto a su vez a los enamorados de la libertad que, bajo el pretexto de que la igualdad total es imposible, olvidan ese ideal de igualdad. Ser de izquierdas es defender los dos a la vez. Dentro de este desastre hay una figura muy conocida en tu país que podría ser un gran líder y reformador de la izquierda francesa y europea, es Manuel Valls. Podría ser el hombre que tenga el coraje de deshacerse de los viejos dogmas y de reconciliar a la izquierda con el honor de antaño y las exigencias de mañana.
¿Qué opina del viraje político y económico de Hollande?
El viraje es bueno, es volver a la buena dirección. Creo que se escriben en francés algunas de las ideas más importantes de hoy. Francia juega un rol determinante porque tiene las ideas muy vivas.
¿Por qué decidió volver a Sarajevo a través del teatro y no del ensayo?
Tengo que decir que yo nunca he dejado de volver a Sarajevo. Soy de Bosnia. Es el único país del que he aceptado condecoraciones. Es mi casa. Y el teatro, para un intelectual, es el género más decisivo. En él se funden dos voces, la del intelectual, es decir, las ideas, y la del escritor, la literatura. Es, por naturaleza, el género más político.
Se le relaciona con los filósofos inscritos en la gran tradición política: Camus, Sartre... ¿Cuál de sus maîtres le ha influido más? ¿Todavía los lee?
En realidad, a Camus y Sartre llegué tarde. Los que verdaderamente me influyeron son los de los sesenta: Althusser, Foucault y el doctor Lacan, que para mí es uno de los filósofos más importantes del siglo XX. Todavía lo leo. Lo que ocurre es que para un escritor no manda lo que lee sino lo que escribe. Lee en función de lo que escribe. Hace mucho que no cojo un libro en función de mi gusto, sino en función del humor que me pone lo que estoy escribiendo.
¿De cuál de sus libros se siente más orgulloso?
¿Quién mató a Daniel Pearl? (Ed. Tusquets), sin duda. Es donde he expresado mejor todas mis facetas. Es reportaje, es literatura, es filosofía y es real. Se revelan dos hipótesis justas sobre Pakistán, sobre el peligro de que armas nucleares caigan en manos de grupos terroristas. Hice lo que pocos han hecho: ir hasta el fondo de la boca del lobo.
¿Qué opina de Europa ante las hordas migratorias del sur?
Me aterra. Cuando veo la indiferencia en Lampedusa o en Melilla ante esos hombres saltando la valla, veo lo contrario a la idea de Europa. No puede ser tierra prometida y prohibida. Es muy desesperanzador para los europeos.
¿Puede Francia ponerse de acuerdo, aunque sea para ganar el Mundial?
No, no puede, y espero que nunca se ponga de acuerdo. Me gustan los países en los que no caminan todos los ciudadanos en una misma dirección como borregos. Y sobre lo del Mundial no sé qué es eso, escuchar la palabra me provoca urticaria.
Fotografía: Justin Wu / Realización: Brasil Vilasó

5 comentarios:

  1. Yo preferiría hablar con un tipo lúcido de izquierda que con un tipo estúpido de derechas

    ResponderEliminar
  2. Para hablar con la gente estúpida, sea de izquierda o de derecha, se necesita paciencia y no poco esfuerzo.
    Leí la "Barbarie con rostro humano" en el 77-78, cuando se publicó en Francia...Fue un aire fresco su defensa de la libertad frente a la "tiranía parda" y a la "tiranía roja". No era fácil hablar así en aquellos años. Empecé a leer la siguiente publicación de BHL "El Testamento de DIos" y creo que no la terminé...A partir de entonces, leo algún artículo suyo o le sigo en alguna intervención de televisión. Suele decir cosas interesantes, pero me parece que menos de lo que él se piensa...
    Y puesto a elegir, me quedo con la preferencia de "sectario": "prefiero hablar con un tipo lúcido de izquierda que con un estúpido de derechas".
    Gracias, Paco, por tu entrada.

    ResponderEliminar
  3. Estúpido es alguien que tiene dificultad para comprender las cosas, e incluso necio (non scire), es decir ignorante. Como dice Paco, se necesita mucha paciencia para hablar con un estúpido, porque, además, se suele acompañar, la estupidez, con la renuencia a aprender, por creerse con la verdad. La estupidez, la necedad, no tiene banderas; por eso es imposible elegir hablar con cualquiera que sea estúpido. La necedad, si admite la posibilidad de que puede aprender, es otra cosa.

    ResponderEliminar
  4. "La necedad, si admite la posibilidad de que puede aprender, es otra cosa" —dices, Eduardo—, y ahí es donde se encuentra este menda que suscribe, proclamando sus aprendizajes.

    No es que me considere necio, que para nada, pues soy consciente de que pertenezco a la casta intelectual, privilegiada, “forrada” entre comillas, ‘high society and jet set’ no solo española sino europea (y no digamos ya mundial). No por mérito propio sin porque caí de este lado valla vaya usted a saber porqué.

    Me gusta hablar, discutir con quienes están dispuestos a escuchar, a reflexionar admitiendo que podrían llegar a cambiar o al menos matizar. Como intento hacer yo aunque no siempre lo consiga. Por tanto procuro no hablar con las paredes de frontón disfrazadas de ideología: en su paisaje soleado no se atisba la mínima sombra de duda.

    “Suele decir cosas interesantes, pero me parece que menos de lo que él se piensa...”. Por BHL lo dice Paco M. con la fina elegancia, exquisita sensibilidad poética que le caracteriza. Y estoy de acuerdo con él. Me resultan muchos escritores, columnistas y tertulianos …: voy a escribir lejanos para hacer una rima chusca, desclasada de todo buen estilo. Con ánimo de identificarme con los necios —incluidos quienes lo son por su culpa— pues la vida es dura, no es fácil. Nos ponemos caparazones, disfraces, enarbolamos banderas, construimos búnkeres, engrosamos listas de afiliados. Es difícil vivirse como exiliado de los cuentos escuchados en nuestra infancia.

    Aprender es una gran palabra, un gran concepto. Muchas veces su sentido impone adentrarse en el Kalahari.

    ResponderEliminar

Gracias por opinar.