La higiénica consecuencia de la utilización de las tarjetas electrónicas es que identifican a los usuarios y beneficiarios de las partes. Ahora el público vocifera por el espectáculo que se está ofreciendo con los nombres, las cantidades y los sitios donde ha sido gastado el dinero. Mi reflexión personal es que a esas personas no las considero peor que los que vociferan, seguramente estos también se hubiesen comportado así. Pero he procurado no haberlos puesto en pedestal alguno porque los sabía muy iguales.
Es nuestra condición de ser. Si tuviéramos poder favoreceríamos a nuestros allegados (hijos, hermanos, amigos...). Sería casi inevitable. Por lo tanto habría que buscar procedimientos por los cuales se quitaran esas poderosas herramientas de dinero y poder de las manos de los usuarios. Hasta tal punto que los que pretendieran llegar arriba en política realmente lo hicieran única y exclusivamente con un ánimo de servicio a los demás (que también se dan estas motivaciones en la condición humana).
Las nuevas tecnologías ponen a nuestra disposición la posibilidad de un modelo de intercambio electrónico que sustituye perfectamente al dinero al portador con la ventaja de quitar la máscara a quienes se ocultan tras ella para acciones y comportamientos que se evitarían en caso de estar al descubierto. Lo que está ocurriendo deja en evidencia que tras las máscaras, tras el anonimato, se actúa de forma diferente a cuando somos vistos, porque entonces somos objetivados, como diría J. P. Sartre, y eso ya gusta menos.
Hay muchos más puntos de análisis que hacer sobre este tema, pero no está mal considerar que eran socialmente sabias las palabras de Pablo de Tarso: omnia mea patent.
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