domingo, 28 de junio de 2015

Salvo milagro imprevisible, las negociaciones del segundo rescate a Grecia han desembocado en un rotundo fracaso. Antes incluso de celebrarse la reunión del Eurogrupo de ayer, el primer ministro griego, Alexis Tsipras, las abortó de facto al convocar a sus conciudadanos a un referéndum contra el presunto intento de sus socios de “humillar al pueblo griego”. Del tono y contenido de la convocatoria queda claro que su Gobierno no busca nueva legitimidad democrática para una modificación de sus promesas electorales en sentido realista, sino una votación contraria a las últimas propuestas del resto de los Diecinueve, en clave de orgullo nacionalista.

Aunque en toda negociación las dos partes son en alguna medida corresponsables, la carga de la prueba corresponde en este caso a Tsipras. Porque la presunción de la principal responsabilidad suele recaer en quien se levanta abruptamente de la mesa. No siempre es así. Pero lo es sin género alguno de duda cuando, como es el caso, las posiciones se habían acercado muy notablemente. De hecho, la diferencia numérica entre el ajuste asumido por Grecia (8.000 millones) y el pretendido por el resto (11.000) apenas alcanzaba los 3.000 millones. En algún capítulo reputado como esencial (la recaudación del IVA) apenas superaba los 100 millones; y se dio la paradoja de que los acreedores exigían más recorte en el gasto militar (400 millones) que el que la coalición griega de izquierda radical y derecha ultranacionalista pretendía: cuando los principales perjudicados de ese menor gasto habrían sido los propios acreedores.
La salida del referéndum es intempestiva. Es la reacción a una oferta en la que cabían matices; cuando se vote, difícilmente estará vigente, superada por los acontecimientos probables. Pero es además una falsa salida. Los referendos los carga el diablo del azar y/o la pasión, y este aún más, por cuanto el Gobierno griego pretende que los ciudadanos asuman una perjudicial secuencia de corralito-suspensión de pagos-riesgo de exclusión del euro, cuando se manifiestan en las encuestas favorables en un 73% a seguir en la moneda única.
Si la coalición de Tsipras tiene problemas internos, la forma más desleal de dirimirlos es no asumirlos con entereza y, al contrario, trasladarlos a la sociedad para que sea esta la víctima de la bipolaridad. Resulta además infantil solicitar una prórroga del rescate hasta el día del referéndum precisamente a aquellos contra cuyas propuestas se pretende organizar ese mismo referéndum. Se entiende que Tsipras y los suyos se sientan emparedados entre la utopía de sus promesas y la realidad política continental, pero no hasta el punto de que, mientras vejan a sus acreedores —con expresiones como las de “criminales”, y términos como “chantaje” y “pillaje”— les pidan ayuda contra ellos mismos.
Si Tsipras parecía haber iniciado el camino hacia un cierto pragmatismo, lo colma ahora de insensateces. No por ello el Eurogrupo debe perder los nervios ni las formas, sino atenerse a sus deberes: dejar siempre expedita la eventualidad de un retorno al pacto y proteger especialmente del contagio a sus socios más débiles. Este drama es muy grave para el euro y para Europa. Que no se convierta en tragedia.

1 comentario:

  1. Es probable que estos años de crisis miserable prococada por financieros truhanes y bancos canallas me haya radicalizado. Y prueba de ello dejo aquí escrita: ya asocio de forma espontánea y sin esfuerzo alguno a la Unión Europea y al diario español EL PAÍS con 'establishment' político-financiero.

    También parece probado que con la edad se pierde vista, oído, olfato. A lo mejor eso es lo que me viene ocurriendo: que ya casi todo me huele dinero.

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