Aguanto el tirón de la urdimbre que empiezo a tejer con
los hilos de aquel sueño en que desconocidos me abandonan en el desierto de
Kalahari.
Así que me dejo sentir. Me adentro caminando y me aíslo expectante mientras me repito: esto es lo que eres en realidad,
esto es lo que tú eres en realidad …!Hay un horizonte que me busca como tenaza al clavo. Esa línea lejana que ahora es el perfil de mi casa y las calles de mi mundo. Empiezo desnudo este juego; me arropo con el escalofrío que me provoca.
Jamás he pisado el Kalahari. Había estado –eso sí, muchas veces– en las vastas extensiones aterradoras del cosmos negro.
Me gusta viajar. Dicen que viajando se aprende. Entiendo,
claro. Yo aprovecho ciertos viajes-espejo para verme a mí mismo, para mirar al mundo que
me rodea sin los objetos y personas que me rodean. Mucho ruido, demasiada
niebla. Allí me cuesta sentir, saborear visiones, y sin visiones la vida es azucarillo que se
me diluye en el líquido de insípidas rutinas.
Me aíslo, me adentro con los ojos vueltos a los
recuerdos para veros a todos. A vosotros, a ti también. Leas esto o no, qué más
da.Te veo aquí desnudo en un Kalahari sin sillas ni armarios. Sin las estanterías con tus libros, música, cuadros ni laureles. En el desierto careces –igual que yo– de techos, paredes, aceras que enmarquen tu ir y venir; tu buscar, tu encontrar y tu atender porque allí no hay nada que atender, nada en que podamos ni tú ni yo refugiarnos.
Necesitados de todo, desvalidos de nada. Privados de diplomas.
Sin platos, vasos ni cubiertos. Sin la caricia distraída, cotidiana de quienes nos quieren. Sin trajes
que nos protejan: ni los que compramos, nos impusieron o pedimos prestados.
A solas desnudos con nuestra biografía. Páginas de la
bitácora que sembramos con esos párrafos diarios. Decisivos pocos, gloriosos,
anodinos otros. Alguno que preferiríamos no haber escrito nunca.
Yo empecé este juego. Aquel era yo.
Este eres tú pero no solo tú: todos y cada uno, y dime que no.Si has leído hasta aquí puede que lamentes los segundos perdidos. O haberte formado un juicio presto pero seguiré escribiendo un poco aún; percibo tu intriga tras el esbozo de una sonrisa.
Me encantas cuando sonríes. Si desapareces tú, la materia pierde una de sus mejores catedrales.
¿Eres consciente de esto? La raíz del amor que tú me provocas está en que eres el más bello manojo de materia viva que conozco: me equivoqué, que desconozco. Me inclino ante ti y te reverencio: quieto, aguanta mi reverencia! No la rechaces, por favor, pues con ella desahogo mis ansias de adoración, de postrarme ante lo mayor y lo distinto.
Te abrazo con toda mi ternura cuando te veo niño y adolescente asombrado, gozoso y algo perdido. Hace años de eso ya. Pero también cuando te imagino caminante adulto de paso firme por los vericuetos de tu vida. Enamorado –quizá–, jugando con tus hijos, tus nietos. La respiración contenida, temeroso por ese futuro de ellos que muerde tu felicidad propia.
Me adentro por las vidrieras de tus muros que son tus
ojos, en el intento –premio confirmado– de penetrar la piel de sus tibias piedras.
Con asombro paseo atónito por el interior de tu catedral constituida: me gusta admirar arte vivo, adorar tu vida. Adorarte a ti, museo estante y único en el universo. Tan desaforadamente valioso como te veo y eres (¿que no acabas de creerte lo recién escrito? cuándo aprenderás ...!). Irrepetible, adorable. Me produces el éxtasis al que soy adicto aunque a veces te odie: el espacio de este desierto es tan reducido que alguna vez chocamos.
Ni sé dónde naciste ni cuándo ni me importa: tú, mi
coetáneo ancestral, mi vecino de al lado. Presente y futuro compañero eónico de
tedios, juergas, angustias, discusiones, silencios que nos
construyen y palabras que apenas nos escuchamos –tan ocupados como estamos en
estar!–.Con asombro paseo atónito por el interior de tu catedral constituida: me gusta admirar arte vivo, adorar tu vida. Adorarte a ti, museo estante y único en el universo. Tan desaforadamente valioso como te veo y eres (¿que no acabas de creerte lo recién escrito? cuándo aprenderás ...!). Irrepetible, adorable. Me produces el éxtasis al que soy adicto aunque a veces te odie: el espacio de este desierto es tan reducido que alguna vez chocamos.
Te amo. No puedo no amarte, permíteme amarte. Sin ti
el desierto es ciénaga insufrible. Mi Kalahari amado es inhabitable, pero contigo la vida
es fiesta. Eres la verbena del cielo prometido y negado. Parusía diaria de un cosmos que me posee y
al que poseo como rey suyo que soy. Como Dios –y así, con mayúscula sí, porque me da la gana!– que soy.
Que eres. Enseñoreados en nuestra obra diaria.
Sin ti yo no existo, compañero, ... compañera del alma !Que eres. Enseñoreados en nuestra obra diaria.
Interrumpo mis reflexiones.
Escucho el zumbido lejano de un motor ... parecen los rotores de unas hélices ...
¿Aquellos
desconocidos que vienen para devolvernos a nuestro mundo divino que habitamos los dioses?
Adiós, pero no olvides que cuidándote,
cuidas mi rosa del desierto.
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