sábado, 9 de noviembre de 2013

MINKANDÁ, Cap XXI, (clip 3:23,63)

Tengo para mí que aquellas gentes son como estas. Nada especiales.

Ni mejores ni peores.

Antes de viajar a África pensaba que los marcianos con antenas y los negros eran la misma cosa. Craso error: no tienen antenas, los marcianos sí.
Todo el mundo sabía eso menos yo.

Copulan mucho, creo. Quizá el doble que nosotros porque viven la mitad que nosotros (sobre esta cuestión no pude hacer estadística alguna y mira que me gustan). Como por otra parte tienen pocos entretenimientos pues empiezan a jugar a los trece, catorce años ejerciendo su biología con firmeza. En esa materia ni exámenes de septiembre ni repescas.
Cuando se matan entre sí son muy muy expeditivos. Rápidos: a razón de un cuarto de millón de cabezas por semana y sin gastar una bala (Ruanda, 1994). Ya dije: viven la mitad. A ese ritmo el holocausto solo le habría dado al bestia de Hitler para seis meses -de esto sí eché la cuenta- y además sin dejar huellas ni estúpidos daños colaterales. Pero a mí me parecieron pacíficos en general. Yo solo tuve que tirarme al suelo una vez para asegurarme de que no me cosieran a balazos. En otra ocasión me hicieron entrar manos arriba en un cuartucho de aduanas apuntado por tres o cuatro metralletas acusándome de espía (bah!, tonto, no te asustes, es que buscan propinas).

Claro que en aquellos años a mí me importaba un carajo irme al otro barrio. Marimar -fiel compañera de trabajo- se asustó al enterarse de que me iba a África: “mira, bonita, no me importaría morir debajo de un baobab –la tranquilicé–, otros se van a la legión, cielo: yo no puedo por la edad, sabes?”. Era una chica excelente y guapa; me quería y me quiere todavía.
 
Mangantes y chorizos pues como aquí. Los presidentes de esos países y sus cohortes se forran: les venden petróleo y materias primas a los golfos de sus amiguetes del norte* –apellidos ilustres que te suenan, dignos de todo respeto, eh–, y las cobran en sus CC personales de Suiza, París, etc. La ciudadanía que les vota no ha visto ni verá jamás un duro. De eso ya se encarga el FMI. Eso sí, la gente del partido que gana las elecciones, come: tarde y mal pero come.
 
 
Buena gente como digo. A mí solo me robaron lo justo. Cuando iba a cruzar el río Congo para ir a nuestra embajada en Kinshasa, va el aduanero y me pregunta relamiéndose de antemano el muy pillín:
- Sango nini, mondele, qué llevas en ese sobre.
- Documentos, le contesto.
- A ver, a  ver ... y sonríe con satisfacción el tío al ver cuatro billetucos esmirriados entre los papeles, que ya iba yo bien avisado por mi amiga Sor Ana.
- Mira, vamos a hacer una cosa –dice con educación el morenazo– tú te quedas la mitad y yo el resto, ¿qué te parece?
Qué me iba a parecer. El embajador español en el entonces Zaire tarda dos días en darme el pasaporte de mi hija Magalí.

- Perdona, chico, con esto de las masacres en Ruanda me tienen cosido a comunicaciones los del ministerio.

Me pone un coche oficial con chófer para regresar al embarcadero de vuelta a Brazzaville que yo hago gesto de rechazar.

-Estás tonto si crees que te voy a dejar volver andando al embarcadero. Te he dicho que no, que ni en taxi. ¿Quieres llegar en calzoncillos? Pues yo no quiero titulares en nuestra prensa. Hala, vamos, adentro y buena suerte, se despide de mí el tipo.

Agradecido por el detalle me sentí en ese coche como en casa: al fin y al cabo, estaba acostumbrado por mi profesión a los coches oficiales. Tan denostados hoy en nuestros lares patrios. Se lo agradecí en el alma. El miedo es libre -eso dicen- y en Kinshasa me sentí libre. Pero tan libre como nunca antes, os lo aseguro.

Y mientras atravesaba el río Congo en ferri –14 km entre ambas orillas– cruzados los dedos para que no cascase su único, viejo motor y no nos fuéramos por los rápidos para abajo (eso si los cocodrilos no nos metían antes cuatro bocados como pasó al poco, de hecho), me fijaba yo bastante en una chica preciosa que llevaba un liputa naranja, brillante como de seda y tal cuando se me acerca un chaval para decirme mondele, ¿te gusta, la quieres?
No llevaba yo el horno para tan lindos bollos -dicha sea la verdad-, que estaba mi cabeza y de ahí para abajo, concentrado todo ello en otros menesteres más acuciantes como los de traerme a mi hija a España. Que llevaba yo el pasaporte conseguido como oro en paño bien guardado y si alguien trata de birlármelo lo mato: oye, tal como te lo estoy diciendo que lo mato. Vaya si lo mato.

Si no llega a ser por esa circunstancia que ya digo, nos pasamos luego el chico, la chica y yo por mi habitación en la casa de los jesuitas que me acogían en Brazza y me trajino a la susodicha por una latita de sardinas (recuerda el lector ...?). O por diez bombons. Vaya, ya puestos igual me gasto 10 Fr CFA (200 PTA). No sé, oye, o gratis! que para ellas abrírsele a un mondele, aparte de ... ummm, ouuu!, es todo un prestigio social. Tal como te lo estoy diciendo que lo hago, vaya si lo hago!
Termino ya para no alargar mucho el cuento, no sin antes deciros que NAKOZONGA significa regresaré.Y regresé, vaya si regresé ...
a llevarme aquella sonrisa,
aquellos ojos que andaba yo buscando.
Como te lo cuento que lo hice, oye.
 
Perdonadme las historias de la embajada y la travesía en ferri:
no vienen al caso ya que ocurrieron ... 
¡ dos años después de estos MINKANDÁ !
3:23,63
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*
¿Te suenan apellidos tales como Bouygues y Mitterrand? El segundo, desde luego: es el hijo del que fuera presidente de la república. Y Bouygues es el dueño de la mayor empresa de construcción francesa. En el libro de la derecha se explican sus rapiñas canallescas en el África francófona. Las suyas y las de docenas de ladrones con apellidos ilustres (ilustres, por qué) que ocupando altos cargos en el estado tiene la facilidad de robar sin que jamás les pase nada. Al contrario, son agasajados en embajadas, ministerios y ecos de sociedad. De nuestra sociedad en que vivimos mirando para otro lado.

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