Cuando Chamberlain, el Primer Ministro, al volver de Munich era aclamado por la multitud y en el Parlamento como El Salvador de La Paz y Checoslovaquia obligada a satisfacer los deseos de Hitler, Churchill no dudó en levantar su voz, en una gran soledad, para gritar su desacuerdo:
“Lo máximo que ha sido capaz de lograr… [le interrumpe gran parte de la cámara, gritando “es la paz”](…) Lo máximo que ha sido capaz de conseguir para Checoslovaquia y

Se acabó todo. En silencio, triste, abandonada, destrozada, Checoslovaquia se hunde en la oscuridad (…)
La responsabilidad debe recaer en los que ejercen un control indiscutible sobre nuestros asuntos políticos, que ni evitaron que Alemania se rearmara, ni se rearmaron a su vez a tiempo (…) La hora de la verdad no ha hecho más que comenzar. Esto no es más que el primer sorbo, el primer anticipo de una copa amarga que nos ofrecerán año tras año, a menos que, mediante una recuperación suprema de la salud moral, volvamos a levantarnos y a adoptar nuestra posición a favor de la libertad, como en los viejos tiempos”. Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”.
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