(...) Si todavía, de vez en cuando, le visitaban en el catre sueños eróticos, la caricias de Verónika, y se despertaba en el apogeo de una tensión y una eyaculación mágicas, es que aún estaba vivo.(...)
(AKSIÓNOV, Vasili, Una saga moscovita, La Otra Orilla, Barcelona, 2011, 2ª edición, pág. 432. Narra la supervivencia de un Jefe militar soviético condenado en el Gulag).
Cándido escuchaba atentamente, y creía inocentemente; porque la señorita Cunegunda le parecía extremadamente bella, aunque jamás tuvo la osadía de decírselo. Llegaba a la conclusión de que, después de la dicha de haber nacido barón de Thunder-ten-tronckh, el segundo grado de felicidad era ser la señorita Cunegunda; el tercero, verla todos los días; y el cuarto, oír a maese Pangloss, el mayor filósofo de la provincia, y por consiguiente de toda la tierra.
Cierto día paseándose Cunegunda por las cercanías del castillo, en el bosquecillo que llamaban "parque", vio entre unos matorrales al doctor Pangloss dando una lección física experimental a la doncella de su madre, una morenita muy hermosa y muy dócil. Como la señorita Cunegunda tenía muchas disposiciones para las ciencias, observó, sin pestañear, los reiterados experimentos de que fue testigo; vio con toda claridad la razón suficiente del doctor, los efectos y las causas, con lo que regresó muy agitad, pensativa y llena del ansia de ser sabia, convenciéndose de que bien podría ser ella la razón suficiente del joven Cándido, que también podía ser la suya.
Encontró a Cándido al volver al castillo, y se ruborizó; Cándido se ruborizó también; ella lo saludó con voz entrecortada, y Cándido le dirigió la palabra sin saber lo que decía. Al día siguiente, después de comer, cuando se levantó la mesa, Cunegunda y Cándido se encontraron detrás de un biombo; Cunegunda dejó caer su pañuelo, Cándido lo recogió, ella le tomó inocentemente la mano, inocentemente besó el joven la mano la mano de la joven damisela con una viveza, una sensibilidad y una gracia muy particulares; sus bocas se encontraron, sus ojos se encendieron, temblaron sus rodillas, se extraviaron sus manos. El señor barón de Thunder-ten-tronckh pasó junto al biombo y, viendo aquella causa y aquel efecto, echó a Cándido del castillo a puntapiés en el trasero; Cunegunda se desmayó; fue abofeteada por la señora baronesa cuando volvió en sí, y todo fue consternación en el más hermoso y más agradable de los castillos posibles.
(VOLTAIRE. Cándido, o el optimismo, en Novelas y cuentos completos en prosa y verso, Ediciones Siruela, Madrid, 2006, págs. 207 y 208)
Como ya sabes valoro y aprecio este precioso "I. Encuadre y encaje" que mucho me ha gustado: Te pones alto el listón, amigo, para cuando tú continúes esta Fenomenología de un sueño, (I). Este último paréntesis te obliga a irlo rellenando con el II, III, IV, etc. Ja, ja, ja ...
ResponderEliminarMucho ánimo, quedo expectante a la expectativa.