Fenomenología del quinto sueño.
1. Encuadre y encaje.
No hay comerciante algo conocido en la ciudad, le respondió el
mercader, que no hubiera venido a devolveros vuestra bolsa; pero os han
engañado al deciros que os había vendido lo que habéis comprado en mi tienda a
un precio cuatro veces mayor de lo que vale: os lo he vendido a un precio diez
veces mayor, y esto es tan verdad que, si dentro de un mes queréis revenderlas,
no obtendréis siquiera esa décima parte. Pero no hay nada más justo: es la
fantasía de los hombres la que pone precio a estas cosas frívolas; es esa
fantasía la que permite vivir a cien obreros a los que doy trabajo, es ella la
que me consigue una hermosa casa, un coche cómodo, caballos, y es ella la que
anima la industria, la que mantiene el buen gusto, la circulación y la
abundancia. Vendo a las naciones vecinas las mismas bagatelas a precio mucho
más caro que a vos, y de esta forma soy útil al imperio.
(VOLTAIRE, Novelas
y cuentos completos en prosa y verso, Libros del Tiempo Ediciones Siruela,
Madrid, 2006. Cuento: “Así va el mundo. Visión de Babuc, escrita por él mismo”,
pág. 118.).
Después del terremoto que había destruido las tres cuartas partes de
Lisboa, los sabios del país no habían encontrado medio más eficaz para prevenir
la ruina completa que ofrecer al pueblo un hermoso auto de fe; la Universidad
de Coimbra había decidido que el espectáculo de varias personas quemadas a
fuego lento, con gran ceremonia, es un secreto infalible para impedir que la
tierra tiemble.
(VOLTAIRE,
cita anterior. Novela: Cándido, o el optimismo, capítulo VI, pág. 217).
2. Fenomenología del quinto sueño.
De buena
mañana, muy temprano, Cándido, Pangloss, Babuc, o no sé quién, porque en el
sueño no lo pude identificar, entró paseando en una plaza de Lisboa, Praça do Rossio. No había nadie; error,
porque en su lento caminar se percató de que un mísero pobre estaba, todavía,
durmiendo en un rincón. No era ni comprador, ni vendedor, ni miembro activo de
la sociedad; vivía, no al margen, sino como podía cada día: unos días comía y
otros tampoco. Por lo menos eso parecían
indicar todos los signos de indigencia que exhibía; suciedad acumulada
en la cara y en las manos, pelo largo y enmarañado, ropa incoherente entre las
distintas piezas, los pies descalzos, arropado con un albornoz que fue blanco.
Con todo, había encontrado una cama caliente, pero no blanda; estaba acostado
sobre la rejilla de ventilación del metro –esas rejillas que todos solemos
evitar por el aire caliente y maloliente que exhalan- y arrebujado en uno de
los ángulos de la rejilla, con la espalda descansando en el murete de hormigón.
Sin
transición alguna, mi sueño saltó a otros miles de míseros cuya imagen guardaba
mi memoria. Todos ellos, sí; más las imágenes de personas que, más allá de las
diez de la noche, vuelven, supongo que a casa, con la ropa de trabajo
descompuesta, cargados con el portátil y una bolsa de comida preparada para la
cena. Tras un fundido en negro, aparecieron las imágenes de Mikandá –África,
rodadas por un amigo- en las que la vida no era muy distinta del mísero
lisboeta; las imágenes, muy censuradas, de Gaza; las imágenes que, a veces,
pocas, las televisiones españolas nos sirven de los desposeídos españoles con
los que convivimos. No recuerdo más del sueño, pero sí estoy seguro de que a la
velocidad de los sueños, mi cerebro proyectó muchas más.
Recuerdo
que a la vez que veía todas esas imágenes, también puede leer. No era un texto
sobreimpreso en las imágenes que mi cerebro proyectaba a toda velocidad; era un
texto que mis ojos leían en mi memoria, sin necesidad de soporte alguno. No era
un texto denso y largo; creo recordar que, casi, eran eslóganes, frases más o
menos cortas, que, de alguna manera, me explicaban el porqué de lo que estaba
viendo.
Favorecer
el comercio y la industria, no la especulación, sobre todo la financiera. No a
las leyes del mercado, porque éste nunca ha sido justo; nunca lo fue, y mucho
menos antes de que Smith lo defendiera y justificara en paridad de condiciones.
Modos de distribuir la riqueza cerrando el abanico entre los que más tienen y
los que menos tienen. Desarrollo económico y social, no solo crecimiento
económico, a la espera de que los que menos tienen recojan las migajas que se
les caen de las manos a los que más tienen. Enfrentarse a todos los que
dificultan el comercio; sea porque dicen aborrecer las propiedades, sea porque
lo acaparan. Nunca más la resignación; ni la cristiana, ni la budista, ni la
que defiende el capital, ni la de las castas. Nunca más la debilidad –dejar pasar,
mirar hacia otro lado- ante los corruptos. Nunca más hablar del paro, sino de
los parados. Nunca más aceptar que gobiernan en mi nombre, porque nunca es
verdad. ¿Por qué menos, puede ser más en muchas ocasiones? ¿Cómo romper el
círculo que obliga a consumir más allá de lo que se puede pagar, para que todos
tengan trabajo?
Lo recogido
en el párrafo lo soñé, sí, porque nada más levantarme garabatee unas pocas
palabras, que ahora me han servido para reconstruir parte de mi sueño. Todo lo
que he podido recordar.
3. Interpretación.
Este sueño,
por suerte, no necesita interpretación ninguna. Un trabajo que me ahorro.
Eso son sueños y no los que analizaba el tal Freud. Excelente trabajo, que no te ahorraste para favorecer a tus lectores agradecidos. "Nunca más la resignación", di que sí, este es nuestro Contribuyente!
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