A parte de latín y griego, había
estudiado francés y alemán como lenguas vivas, dejando pendiente el inglés,
sabedor de que tendría que ser el idioma que, por obligado cumplimiento, habría
de aprender para “defenderme” en la vida. Y bien que así fue ya que muy pronto
me incorporé a la multinacional Rank Xerox donde había una total dependencia
del anglicano idioma. Me recuerdo, en el coche entre visita y visita a los
clientes, repasando una y otra vez la
cintas del Assimil o con los cascos recorriendo en bicicleta Las Praderas,
yendo a clases particulares en Open con Emilio y Vicente, Directores de la
empresa, clases one to one con el Director del Kings College o en el
Anglo-Continental Private Study Centre en Bournemouth, que fue donde más
progresos hice durante el mes de julio de 1987. Era la eterna asignatura
pendiente porque me llegué a ver involucrado en presentaciones que tenía que
hacer en cursos internacionales como, por ejemplo, en Leesburg (Virginia, USA),
en la sede central de Marlow (UK) y en frecuentes reuniones en Viena, París,
etc. En el trabajo diario tenía que resolver por teléfono las continuas
incidencias como Sytems National Manager de España. Todo en inglés, aunque
primero había sido en “espanglish” como jocosamente decía. Era una etapa en que
cuando ibas a un restaurante creyendo que habías pedido un pescado para comer
te servían una carne, pero que asistiendo a las reuniones se producía el
milagro de enterarme de los temas que se trataban. John Johnson, director de
área en USA, con quien compartía mutua simpatía no dejaba de admirarse cuando
me preguntaba, porque llegaba tarde, sobre lo que explicaba el presentador de
turno y le daba buena razón de ello. Por aquel entonces me permití comprar la
Encyclopaedia Britannica que tan útil me fue para escribir artículos
profesionales publicados en prensa.
Cuando me empeciné en traer a
España los primeros equipos de videoconferencia, estaba convencido de que
nuestra sociedad se revolucionaría con un impacto similar al que había
producido el teléfono. Había creado la sociedad Vitelphon y tuve que salvar
serias dificultades técnicas ya que como requisito mínimo había que cumplir con
una velocidad de transmisión de 256 kpps de forma estable. Con la red telefónica
conmutada (la línea normal del teléfono) las imágenes quedaban robotizadas y el
movimiento muy degradado. Este requerimiento sólo se podía cumplir con la RDSI.
Todavía no existía el ADSL. Había abierto la oficina en la calle Coslada y haciendo
esquina estaba la sede de la Federación
de Sordos de la Comunidad de Madrid. Yo los veía pasar por la calle
hablando en Lengua de Signos y en seguida tomé consciencia de que la
videoconferencia podía ser el vehículo que les permitiera comunicarse en la
distancia. La aplicación estaba empezando a llevarse a cabo también en USA a
través de Lucent Technologies y de AT&T. Cuando conseguí poner en contacto
a un sordo en la casa de mi socio en Marbella con otro en la oficina de Madrid
mediante lengua de signos, tuve una de las experiencias más impactantes de mi
vida. Los asistentes en emocionado silencio éramos testigos de una callada
conversación que se establecía con el movimiento de manos y dedos. Fue
impresionante. Lo había conseguido, tenía el vello de punta cuando, terminada
la conversación en videoconferencia, aquel sordo gritaba intentando vocalizar:
“Eto e, eto e”.
Entre las múltiples aplicaciones
para desarrollar el producto, pensé que las residencias de la tercera edad
serían una magnífica área de oportunidad. Los ancianos residentes podrían
ponerse en contacto con su familia, con sus nietos, rompiendo la soledad y el
aislamiento. Conté con la colaboración del P. Ángel de Mensajeros de la Paz,
quien no dudó en llevarme al Palacio de la Moncloa y presentarme a Ana Botella,
presidenta de Mensajeros de la Paz. Estuvimos casi una hora con ella haciendo
una demostración conectando desde su TV, el aparato de Vitelphon y el teléfono
con una residencia de tercera edad y tuvo la sorprendida oportunidad de
comprobar el funcionamiento charlando animadamente con una anciana,
interesándose por su situación y su estado de ánimo. Me presentó a su hijo
Alonso que venía sudoroso de jugar a la pelota. José María Aznar apareció al
fondo del salón reclamando su presencia, pero le dijo que estaba ocupada y que
luego lo atendería. Por cierto me llamó la atención saber que el padre de
Aznar, presidente del gobierno, estaba atendido en una de las residencias de
Mensajeros de la Paz. Ana me pareció una mujer llana, sencilla, muy atenta,
amable y muy resolutiva. Cuando terminé mi doméstica presentación me quedé
esperando un rato mientras el P. Ángel se quedó tratando otros temas con ella.
Considero que el inglés de Ana no es peor que el de muchos de los que se mofan
a propósito del “cup of café con leche en la plaza Mayor” y creo que lo
importante es que sea buena persona y que gobierne con buena voluntad. Ya se
encargará la sociedad de sacar a relucir los errores, los haya o no.
Menos suerte tuvimos el P. Ángel
y yo en pretender utilizar a las altas esferas de la Iglesia española para que
mediara y poder conectar a través de las iglesias en Lima y Quito de Ecuador y
Perú de forma que los inmigrantes de Madrid pudieran conectarse y ver a sus
hijos, padres y familias a través de la videoconferencia.
El bueno del P. Ángel, haciéndome
caso, se llevó a Bosnia en un avión del ejército (le da pánico volar) un
aparato de videoconferencia para comunicar a los soldados allí desplazados con
sus familias de aquí.
Tengo no muy buena experiencia de
la aplicación con las residencias de tercera edad. Como me comentaban algunos
directores, las familias no se interesan, en la mayoría de los casos, con los
viejos, que más bien quedan abandonados en las residencias. Desgraciadamente la
realidad me hizo darles la razón.
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