martes, 24 de diciembre de 2013

A propósito del "cup of café con leche"


A parte de latín y griego, había estudiado francés y alemán como lenguas vivas, dejando pendiente el inglés, sabedor de que tendría que ser el idioma que, por obligado cumplimiento, habría de aprender para “defenderme” en la vida. Y bien que así fue ya que muy pronto me incorporé a la multinacional Rank Xerox donde había una total dependencia del anglicano idioma. Me recuerdo, en el coche entre visita y visita a los clientes,  repasando una y otra vez la cintas del Assimil o con los cascos recorriendo en bicicleta Las Praderas, yendo a clases particulares en Open con Emilio y Vicente, Directores de la empresa, clases one to one con el Director del Kings College o en el Anglo-Continental Private Study Centre en Bournemouth, que fue donde más progresos hice durante el mes de julio de 1987. Era la eterna asignatura pendiente porque me llegué a ver involucrado en presentaciones que tenía que hacer en cursos internacionales como, por ejemplo, en Leesburg (Virginia, USA), en la sede central de Marlow (UK) y en frecuentes reuniones en Viena, París, etc. En el trabajo diario tenía que resolver por teléfono las continuas incidencias como Sytems National Manager de España. Todo en inglés, aunque primero había sido en “espanglish” como jocosamente decía. Era una etapa en que cuando ibas a un restaurante creyendo que habías pedido un pescado para comer te servían una carne, pero que asistiendo a las reuniones se producía el milagro de enterarme de los temas que se trataban. John Johnson, director de área en USA, con quien compartía mutua simpatía no dejaba de admirarse cuando me preguntaba, porque llegaba tarde, sobre lo que explicaba el presentador de turno y le daba buena razón de ello. Por aquel entonces me permití comprar la Encyclopaedia Britannica que tan útil me fue para escribir artículos profesionales publicados en prensa.
Cuando me empeciné en traer a España los primeros equipos de videoconferencia, estaba convencido de que nuestra sociedad se revolucionaría con un impacto similar al que había producido el teléfono. Había creado la sociedad Vitelphon y tuve que salvar serias dificultades técnicas ya que como requisito mínimo había que cumplir con una velocidad de transmisión de 256 kpps de forma estable. Con la red telefónica conmutada (la línea normal del teléfono) las imágenes quedaban robotizadas y el movimiento muy degradado. Este requerimiento sólo se podía cumplir con la RDSI. Todavía no existía el ADSL. Había abierto la oficina en la calle Coslada y haciendo esquina estaba la sede de la Federación  de Sordos de la Comunidad de Madrid. Yo los veía pasar por la calle hablando en Lengua de Signos y en seguida tomé consciencia de que la videoconferencia podía ser el vehículo que les permitiera comunicarse en la distancia. La aplicación estaba empezando a llevarse a cabo también en USA a través de Lucent Technologies y de AT&T. Cuando conseguí poner en contacto a un sordo en la casa de mi socio en Marbella con otro en la oficina de Madrid mediante lengua de signos, tuve una de las experiencias más impactantes de mi vida. Los asistentes en emocionado silencio éramos testigos de una callada conversación que se establecía con el movimiento de manos y dedos. Fue impresionante. Lo había conseguido, tenía el vello de punta cuando, terminada la conversación en videoconferencia, aquel sordo gritaba intentando vocalizar: “Eto e, eto e”.
Entre las múltiples aplicaciones para desarrollar el producto, pensé que las residencias de la tercera edad serían una magnífica área de oportunidad. Los ancianos residentes podrían ponerse en contacto con su familia, con sus nietos, rompiendo la soledad y el aislamiento. Conté con la colaboración del P. Ángel de Mensajeros de la Paz, quien no dudó en llevarme al Palacio de la Moncloa y presentarme a Ana Botella, presidenta de Mensajeros de la Paz. Estuvimos casi una hora con ella haciendo una demostración conectando desde su TV, el aparato de Vitelphon y el teléfono con una residencia de tercera edad y tuvo la sorprendida oportunidad de comprobar el funcionamiento charlando animadamente con una anciana, interesándose por su situación y su estado de ánimo. Me presentó a su hijo Alonso que venía sudoroso de jugar a la pelota. José María Aznar apareció al fondo del salón reclamando su presencia, pero le dijo que estaba ocupada y que luego lo atendería. Por cierto me llamó la atención saber que el padre de Aznar, presidente del gobierno, estaba atendido en una de las residencias de Mensajeros de la Paz. Ana me pareció una mujer llana, sencilla, muy atenta, amable y muy resolutiva. Cuando terminé mi doméstica presentación me quedé esperando un rato mientras el P. Ángel se quedó tratando otros temas con ella. Considero que el inglés de Ana no es peor que el de muchos de los que se mofan a propósito del “cup of café con leche en la plaza Mayor” y creo que lo importante es que sea buena persona y que gobierne con buena voluntad. Ya se encargará la sociedad de sacar a relucir los errores, los haya o no.
Menos suerte tuvimos el P. Ángel y yo en pretender utilizar a las altas esferas de la Iglesia española para que mediara y poder conectar a través de las iglesias en Lima y Quito de Ecuador y Perú de forma que los inmigrantes de Madrid pudieran conectarse y ver a sus hijos, padres y familias a través de la videoconferencia.
El bueno del P. Ángel, haciéndome caso, se llevó a Bosnia en un avión del ejército (le da pánico volar) un aparato de videoconferencia para comunicar a los soldados allí desplazados con sus familias de aquí.
Tengo no muy buena experiencia de la aplicación con las residencias de tercera edad. Como me comentaban algunos directores, las familias no se interesan, en la mayoría de los casos, con los viejos, que más bien quedan abandonados en las residencias. Desgraciadamente la realidad me hizo darles la razón.

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