El autor, cuyo nombre y título de libro indicaré al final, intenta desentrañar cómo se podrá conseguir la felicidad en el siglo XXI, y se adentra en la bioquímica como camino alternativo para conseguirla. Este texto, cuyo contexto he resumido excesivamente, puede ilustrar el impás en el que nos encontramos con el sistema escolar. Cito textualmente:
Por ejemplo, un número creciente de niños en edad escolar toma estimulantes tale con el Ritalin. En 2011, 3,5 millones de niños norteamericanos se medicaban para TDAH (trastorno de déficit de atención con hiperactividad). En el Reino Unido, la cantidad pasó de 92.000 en 1997 a 786.000 en 2012. El objetivo inicial había sido tratar los trastornos de atención, pero en la actualidad niños completamente sanos toman esa medicación para mejorar el rendimiento y estar a la altura de las crecientes expectativas de profesores y padres. Son muchos los que se quejan ante esta situación y aducen que el problema reside más en el sistema educativo que en los niños. Si los alumnos adolecen de trastornos de atención y estrés y sacan malas notas, quizá debiéramos achacarlo a métodos de enseñanza anticuados, a clases abarrotadas y a un ritmo de vida artificialmente rápido. Quizá debiéramos cambiar las escuelas y no a los niños. Es interesante ver cómo han evolucionado los argumentos. La gente ha estado discutiendo acerca de los métodos educativos miles de años. Ya fuera en la antigua China o en la Gran Bretaña victoriana, todo el mundo tenía su método preferido y se oponía con vehemencia a todas las alternativas. Pero, hasta le fecha, todos han estado de acuerdo en una cosa: para mejorar la educación, necesitamos cambiar las escuelas. En la actualidad, por primera vez en la historia, al menos algunos creen que sería más eficaz cambiar la bioquímica de los alumnos.
(Yval Noah HARARI, Homo Deus. Breve historia del mañana, Penguin Random House G.E.,Barcelona, octubre de 2016. Página 52).
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