EL LOBO FEROZ
Aborto y eutanasia
FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ
Decía Julián Marías que la aceptación social del aborto es una de las mayores tragedias de la historia. ¿Qué diría si viera lo que sucede ahora? Ya no son sólo los progres y las feministas quienes lo defienden, sino incluso algunos insignes representantes de la derecha. También lo hace un buen puñado de columnistas con los que comparto la agradable tarea de escribir en este periódico. Uno de ellos, con cuyas opiniones suelo coincidir, llegó el otro día al extremo de referirse al problema tildándolo de «irrelevantes huevecillos nonatos». Me quedé helado. ¿No crees, amigo X, que te excediste un poco en el uso de la retórica de la frivolidad? Sigue, empero, con salud. La misma que tú no deseas al nascituro.
Me había propuesto no volver sobre tan tediosa y enojosa querella. Tediosa, porque ya he dicho muchas veces lo que pienso, y enojosa, porque estoy harto de que cada vez que, bona fide, lo hago, me llamen facha, machista, reaccionario y otras lindezas así.
Acepto, sin embargo, la última de las citadas, pues reacciono, en efecto, como lo demuestra esta columna, a la polémica que ha suscitado la llamada Ley Gallardón y me siento obligado en nombre de la moral, y no de ideología ni creencia alguna, a terciar por enésima vez en el asunto a sabiendas de que llevo casi todas las de perder incluso entre no pocas gentes de mi cuerda.
Inclúyase mi nombre en la lista de quienes piensan que la nueva ley se queda corta. Creo que el aborto sólo debe practicarse en dos supuestos: cuando esté en serio peligro el futuro de la madre -vida por vida, es legítimo salvar a quien ya disfruta de ella en régimen de plenitud- y cuando las malformaciones del feto auguren a éste condiciones de salud en las que mejor sería no haber nacido.
El segundo caso no es, como me lo parecen los demás supuestos, un delito de homicidio perpetrado contra un inocente, sino razonable recurso a la eutanasia. Y yo, por extraña que pueda parecer la afirmación tanto a quienes consideren incorrecto mi rechazo del aborto como a los que lo aplaudan, soy partidario de ella no sólo por pasiva, sino también por activa. El suicidio, dijo Nietzsche y reiteró Camus, es la suprema manifestación del libre albedrío.
Vuelvo a Marías... Algún día, añado, se dirá de esta época lo que hoy decimos de las culturas en las que se practicaban sacrificios humanos. Al juicio de la posteridad me remito.
Acepto, sin embargo, la última de las citadas, pues reacciono, en efecto, como lo demuestra esta columna, a la polémica que ha suscitado la llamada Ley Gallardón y me siento obligado en nombre de la moral, y no de ideología ni creencia alguna, a terciar por enésima vez en el asunto a sabiendas de que llevo casi todas las de perder incluso entre no pocas gentes de mi cuerda.
Inclúyase mi nombre en la lista de quienes piensan que la nueva ley se queda corta. Creo que el aborto sólo debe practicarse en dos supuestos: cuando esté en serio peligro el futuro de la madre -vida por vida, es legítimo salvar a quien ya disfruta de ella en régimen de plenitud- y cuando las malformaciones del feto auguren a éste condiciones de salud en las que mejor sería no haber nacido.
El segundo caso no es, como me lo parecen los demás supuestos, un delito de homicidio perpetrado contra un inocente, sino razonable recurso a la eutanasia. Y yo, por extraña que pueda parecer la afirmación tanto a quienes consideren incorrecto mi rechazo del aborto como a los que lo aplaudan, soy partidario de ella no sólo por pasiva, sino también por activa. El suicidio, dijo Nietzsche y reiteró Camus, es la suprema manifestación del libre albedrío.
Vuelvo a Marías... Algún día, añado, se dirá de esta época lo que hoy decimos de las culturas en las que se practicaban sacrificios humanos. Al juicio de la posteridad me remito.
¡Qué útil es la filosofía cuando se aprende a distinguir entre conceptos y realidades!
ResponderEliminarSi en lugar de tanta "moralidad" en la escuela nos enseñaran de verdad "ética" nos quitaríamos un montón de problemas sociales que surgen cuando unos pretenden configurar la sociedad conforme a "su moral" y el resto tenga que "tragarla" en función de el poder y capacidad de control social que dichos "moralistas" tengan.
A mí me parece estupendo que el Sr. Dragó mantenga su moral. Nadie le obliga a abortar. Me parece estupendo que mantenga su opinión y la defienda, tanto la del aborto como la de la eutanasia, porque "hay razones éticas" para mantener una y otra postura. Sin embargo no le dejan practicar la eutanasia.
El problema está en que las razones son razones. La ética se basa en razones; pero la moral "hay que vivirla" para que sea moral como tal. Cada uno vive su moral y su vida y no puede vivir la moral de los demás. Y cada uno vive dentro de su moralidad (aunque actúe frecuentemente en contra de su misma moral) incluso a veces en contra de las razones éticas que aconsejarían una moral diferente.
Mujeres profundamente creyentes he conocido en profundidad, (época de la píldora prohibida en España) que se han sentido pecadoras y han sufrido en su moral, cuando verdaderamente tomaban la píldora porque veían la racionalidad de actuar de esa forma. La moral se siente, es vida, es la "física de los valores" como dice Zubiri:
La virtud no es un mero valor al que me determino a ir, sino que es el carácter físico del estar en este valor, o de haberlo incorporado a mi fisica realidad. No es un acto de voluntad que acepta un valor como objeto, sino que es un carácter físico de este aceptar mismo, un afectar valioso en sí mismo en cuanto aceptación. La virtud es la "física moral"
Zubiri, X. Inteligencia y logos. pg. 70
Por eso en la convivencia social lo que hay que respetar es la moral de cada uno, siempre que entre dentro de los límites de la ley general para todos.
Pero lo que no se puede hacer es legislar para todos conforme a la moral de algunos.
Me sumo, Mariano, a tu opinión. Me aclaro yo; los valores existen porque se "hacen realidad" en las conductas de las personas, y su fundamento es la "existencia del otro".
ResponderEliminarTambién coincido con Mariano. Distinguir los conceptos de las realidades (operación que no es fácil) y respetar la moral de cada uno, siempre que se encuentre en los límites de la ley general para todos.
ResponderEliminarEl Señor Gallardón debería seguir un curso acelerado de filosofía con el Profesor Mariano y ahorrar a la sociedad española, ya cargada con demasiados problemas, un problema que ya estaba resuelto..