Siempre he tenido una cierta resistencia a entrar y seguir estos temas. Solamamente cuando los hechos se hacen públicos y negarlos me resulta imposible, no he tenido más remedio que afrontarlos. Creo que la primera vez, después de la transición,que así me sucedió fue con los Gal y, más concretamente, con el caso Lasa y Zabala. El entonces Presidente del gobierno tuvo una ocasión de esclarecer y tratar a los ciudadanos como personas inteligentes. No supo, no quiso o no pudo hacerlo. Sé que todos los estados tienen sus cloacas. Sé que el mundo que vivimos es vomitivo en ciertos espacios. Pero cuando las cloacas revientan y su porquería llega a la vida privada de los ciudadanos, sin reacción por parte del Estado, el hedor se hace insoportable para la parte más sana y más digna de la sociedad.
Es un tema que, como otros, puede verse desde ángulos distintos. Pero yo no puedo aceptar su existencia, aunque no sean públicos; tampoco acepto la corrupción, y existe, con niveles superiores a lo que se hace público; tampoco acepto la economía sumergida, aunque reduzca el sufrimiento de muchos. Me rebelo contra el mal y contra la maldad, aunque no sepa cómo acabar con él en todas sus variantes. Creo no equivocarme si recuerdo que Teilhard lo dejó de lado; lo redujo a un tema estadístico, que es una forma de no querer saber nada de él. El hedor existe, aunque nuestro olfato no lo reconozca.
Si el mal existe, pero se desconoce su existencia, el ciudadano no puede actuar contra él. Cuando el mal se publica y se prueba, es inaceptable permanecer sin rechazarlo, mirando para otro lado o, de una o de otra forma, encontrando justificaciones a lo injustificable. El siglo pasado nos ha dejado ejemplos de la negación de esta evidencia: un crimen es un crimen con independencia del color político de la persona que lo cometa. En este tema, he aprendido mucho de A. Camus y creo que su actualidad se debe, en gran parte, a su postura llena de matices pero insobornable, frente al mal. Nada de lo dicho, Eduardo, va contra tu comentario, sino más bien en la misma dirección.
Siempre he tenido una cierta resistencia a entrar y seguir estos temas. Solamamente cuando los hechos se hacen públicos y negarlos me resulta imposible, no he tenido más remedio que afrontarlos.
ResponderEliminarCreo que la primera vez, después de la transición,que así me sucedió fue con los Gal y, más concretamente, con el caso Lasa y Zabala. El entonces Presidente del gobierno tuvo una ocasión de esclarecer y tratar a los ciudadanos como personas inteligentes. No supo, no quiso o no pudo hacerlo.
Sé que todos los estados tienen sus cloacas. Sé que el mundo que vivimos es vomitivo en ciertos espacios. Pero cuando las cloacas revientan y su porquería llega a la vida privada de los ciudadanos, sin reacción por parte del Estado, el hedor se hace insoportable para la parte más sana y más digna de la sociedad.
Es un tema que, como otros, puede verse desde ángulos distintos. Pero yo no puedo aceptar su existencia, aunque no sean públicos; tampoco acepto la corrupción, y existe, con niveles superiores a lo que se hace público; tampoco acepto la economía sumergida, aunque reduzca el sufrimiento de muchos. Me rebelo contra el mal y contra la maldad, aunque no sepa cómo acabar con él en todas sus variantes. Creo no equivocarme si recuerdo que Teilhard lo dejó de lado; lo redujo a un tema estadístico, que es una forma de no querer saber nada de él. El hedor existe, aunque nuestro olfato no lo reconozca.
ResponderEliminarSi el mal existe, pero se desconoce su existencia, el ciudadano no puede actuar contra él.
EliminarCuando el mal se publica y se prueba, es inaceptable permanecer sin rechazarlo, mirando para otro lado o, de una o de otra forma, encontrando justificaciones a lo injustificable.
El siglo pasado nos ha dejado ejemplos de la negación de esta evidencia: un crimen es un crimen con independencia del color político de la persona que lo cometa.
En este tema, he aprendido mucho de A. Camus y creo que su actualidad se debe, en gran parte, a su postura llena de matices pero insobornable, frente al mal.
Nada de lo dicho, Eduardo, va contra tu comentario, sino más bien en la misma dirección.