miércoles, 11 de septiembre de 2013

MINKANDÁ, cap III (clip 1:58)

Tengo para mí que este va a ser un dulce hogar. Por lo menos sin baches: se está quieto, sus esquinas y aristas no amenazan con abrirte la cabeza.

Todo cobra gran valor. No hay bienes sustitutivos: lo que tienes es lo que tienes. No hay sitio alguno donde ir a comprar aquello que se te olvidó. En nuestras ciudades puedes pedirlo por teléfono: te lo llevan a casa. Aquí no hay teléfono. Solo una radio se pone en marcha a las horas de la comida para hablar con Brazzaville: así nos enteramos de cómo va el mundo.

Estoy radiante después de ducharme con agua fría. Me quito la ropa de tres días de viaje con medio kilo de polvo de estas pistas (en todo el país apenas unos pocos kilómetros están asfaltados).

Todo fluye. El hecho de haberme plantado en su pueblo no les extraña, se ve como un evento agradable y se sorprenden cuando contesto que estaré solo un mes. Qué poco, pero se alegran de que ellos me hayan interesado lo suficiente como para venir desde la distancia a hacerles una visita.

Les gasto bromas, les pregunto. Me responden riendo pues les llama la atención que pueda hablar un poco de lingala. Pero casi siempre en francés. Todos trilingües: el mbeti es su lengua doméstica y se habla en el este del Gabón, a ochenta kilómetros.

Los carmelitas tienen una huerta, cabras, gallinas y conejos: cosas de los ‘blancos’, que son tan raros. ¿Comer de 'eso'? ... puaf !

Te estrechan continuamente la mano.
Te respetan con tacto exquisito.
Te admiran.
Te quieren.
Te siguen a todas partes.
Te sonríen.

Si les hablas se entusiasman. Como tú eres un millonario para ellos (son cualquier cosa menos tontos, así que créetelo): te piden de todo sin cesar. Laca de uñas, sardinas, bombones (o sea, caramelos), tabaco, tinte capilar, inyecciones, tus zapatos, tu cinturón, algodón, los equipos de imagen y sobre todo que les lleves a Europa. Te examinan de tu vida pasada, presente y futura solo si tú no pones inconve­niente: diplomáticos sin carrera.

Los carmelitas de Kéllé me presentan como cooperante español. Algo tienen que decir; pero sí, hago como que despacho medicamentos en su farmacia. Bien, me conformo con no estorbar. Tampoco he medido -ni pienso hacerlo nunca- si mi viaje sirve para algo o para alguien. Solo confesaré que he vivido.

Después de una 'opípara' cena duermo como un tronco: ¿cansancio o mi mala cabeza, como dice la canción que suena mientras el muchacho arregla esas lechugas?

… tala mayele mabé
oh,  mayele mabé …
 
(… mira qué mala cabeza
qué poca sensibilidad ...)

Clip III

1:58

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2 comentarios:

  1. Gracias, muchas gracias a todos. A los que comentáis y a los que por respeto os abstenéis de hacerlo. Quisiera morir vacío. No hace tanto que lo decidí: que la asquerosa y negra parca se lleve solo mis despojos. Ni mis secretos ni mi omnímodo pudor ni mi maldita intimidad que -si lo miramos bien- para qué coño nos sirve.

    Intuyo que me necesitáis. Yo a vosotros tanto si no más.

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