lunes, 2 de septiembre de 2013

Un martes de agosto de 2013.

Ricardo (Díaz Zoido) nos envió a todos una invitación para ir a su casa de Brihuega de lunes a viernes cuando nos viniera bien. Amador y yo aceptamos la invitación. Esta invitación se convirtió en, casi, una obra de misericordia, porque Ricardo estaba solo, solo de verdad, en su casa, a dos kilómetros de tierra habitada, el pueblo, ¿o ciudad?, ¿o tierra del Arzobispo de Toledo?, porque había pasado, por los avatares de la vida, de estar acompañado por toda la familia, en sentido amplio, a estar solo.

Total que nos fuimos el martes 27 de agosto de 2013, cuarto martes del mes, a media mañana, luciendo el sol en contra de las predicciones de los meteorólogos, Amador y yo.  Unos cincuenta minutos de viaje, distraído yo, conductor, por la conversación profunda de Amador, a la vez que íbamos adelantando camiones y otros vehículos por la A2, aparecimos en la puerta de Brihuega. Nos recogió, y acogió, Ricardo, quien, en un ensayo del próximo 24 de septiembre, nos enseñó todos los rincones interesantes de la ciudad de Brihuega; o sea, que Amador y yo el 24 seremos repetidores de un guía turístico-histórico espléndido.

Tras una hora y media de paseo en coche y caminando, ya sentados en los vehículos, nos llevó Ricardo a su casa; con todas las puertas abiertas. Brillante anfitrión; no solo por los aperitivos y condumio fuerte y variado, sino por su atenta delicadeza en no estorbar en el hilo de la conversación, y dejándonos, a los misericordes acompañantes de su soledad, largar por entre casi todos los asuntos posibles de la vida. ¡Cómo no!, un entreacto se dedicó al único tema transcendental, bueno único quizá sea demasiado, es decir, el desarrollo de la vida sexual a lo largo de la vida, desde la soledad de la orden, hasta, por favor y con discreción,  el desenfreno de la edad madura. No se quedó en el tintero casi nada.

Cuando empezó a caer el sol en el horizonte, y los montes se dividieron  en sombra casi negra y luz casi radiante, Amador y yo nos despedimos de Ricardo, conscientes de que le dejábamos solo en ese rato del día en el que la duda entre el día y la noche, también el corazón se ensombrece. Pero nos fuimos seguros de que habíamos pasado un día estupendo y, de paso, nos hicimos mutuamente, los tres, compañía; la compañía que la amistad brinda sin dejar de fluir.

Amigos; a quienes no pudieron venir, también les guardamos la ausencia, sin necesidad de dejar ninguna silla vacía. Besos para todos.

(NB: aseguro que no hago poesía; todo lo que digo es verdad, sin exageraciones ni metáforas).


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