lunes, 23 de septiembre de 2013

MINKANDÁ, cap IX (2:52,11)

Tengo para mí que, para que los niños jueguen y las adolescentes se atusen durante horas, las mujeres adultas cargan con el peso de la vida.

Se lo oí decir a Ana Pérez-Cossío. Esta mujer con la que más tarde entablé amistad (y a la que le debo tener una hija), lo formuló así: si las africanas se paran 15 días se hunde el continente.

Curioso caso este de Ana. Va la tía y desde su casa de la calle Serrano en Madrid sale a visitar conventos hasta que da con las de Cluny, que accedieron a su rara demanda: o me mandáis ya mismo a África o adiós. Llevaba 19 años ya como enfermera del estado en el Hospital General de la capital.




Tenía pensado retirarse a morir entre sus muy difíciles amigos pigmeos del norte cuando le llegara su hora. ¿Crees que te lo permitirán tus superioras?, le pregunté. No me respondió con palabras, solo esbozó una sonrisa. Y conociéndola, sentí una pena instintiva por sus superioras. Me gustaba mucho sentir sus abultados senos bien apretados a mi pecho cuando ella me daba un dilatado abrazo. Como que ese gesto tan inocente nos hiciera sentirnos más unidos.

Al albur de los acontecimientos, me atrevía a darme garbeos yo solito por el pueblo cuando terminaba mi jornada en la farmacia.

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2:52,11

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