El siguiente artículo me parece inteligente. Con él coincido y sería productivo que lo leyeran muchos ibéricos; por supuesto,
habría que escribir otro similar resaltando las peculiaridades positivas del resto de
España y explicitando las carencias que tenemos todos.
CATALANIZAR ESPAÑA
No se asusten. No se trata de abogar
por el dominio del catalán sobre el resto de los españoles; no se trata de
sustituir la hegemonía madrileña por la barcelonesa. Además, dudo que a los
catalanes les interesase. Los catalanes perdieron, hace mucho tiempo, sus
ambiciones hegemonistas - más o menos desde aquel episodio fulgurante de los
almogávares - y desde entonces se han dedicado a su propio florecimiento, en
vez de malgastar energías en subyugar a los demás.
Tal vez porque fueron los primeros, entre los pueblos de Europa, que
comprendieron que imperialismo es contrario a democracia. Hay que temer muy
pocas cosas de los catalanes, y la que menos, afanes de señorío.
Lo que aquí sugerimos es cosa muy distinta y más profunda: que la catalanicidad
pase a ser parte operante del alma española, hasta ahora no fecundada por ella:
que el hecho catalán no se reduzca a aquella esquina, sino que se incluya en el
resto de la nación, no para aplastar lo que es genuino de cada tierra, sino
para ensancharlo, potenciarlo y enriquecerlo, haciéndolo más apto para la nueva
situación que España inicia.
Una de las mayores desgracias que ha sufrido nuestro país, es lo que ha venido
presentándose como "espíritu español", apenas impregnado de
catalanismo, cuando debería haber sido uno de sus ingredientes principales.
Bien distinto nos hubiera ido, muchas desventuras nos hubiésemos ahorrado, de
haber ocurrido así. Pues pudo haber tiempos en que, para ser algo en el mundo,
lo mejor era descabezar moros, cruzar cordilleras o conquistar imperios con una
docena de hombres. Pero esos tiempos han pasado hace muchos siglos, y al empeñarnos en sujetar el
alma española a tales características, la hemos empequeñecido, mutilándola y haciéndola poco
apta para las nuevas circunstancias.
No recuerdo quién dijo, que la única forma de hacer una nación moderna de
España, era llenar el país de suizos o ingleses. ¡Y eso teniendo al lado a los
catalanes! ¡Qué ceguera ¡ ¡Qué desatino! Cataluña ha sido la gran desconocida para el resto de España; desde luego más
desconocida que Francia, Italia, Inglaterra o la misma Alemania. Se conoce más
la literatura rusa que la catalana, y nuestro conocimiento de Cataluña, está
hecho a base de cuatro lugares comunes, todos ellos erróneos cuando no
agraviantes.
Sólo los que, por azares de la vida, hemos tenido la suerte de que nuestras
familias fueran a residir allí, pudimos darnos cuenta de las enormes
diferencias que hay, entre lo que se cree en el resto de España que son los
catalanes, y lo que son en realidad.
España no tiene que ir fuera de sus fronteras a buscar virtudes cívicas
modernas: las tiene dentro de ella misma en Cataluña, y no me refiero sólo a la
laboriosidad, al sentido organizador y de empresa, a la iniciativa. Me refiero
a algo más valioso y raro: a la mezcla de tradición y modernidad que hace a los
países a la vez estables y dinámicos, al espíritu de cooperación, sin el que
una nación no pasa de reino de taifas; al respeto a la intimidad ajena, algo
prácticamente desconocido en el resto de España, y que tal vez sea la cualidad
más preciosa del espíritu catalán. Todo ello lo necesita España, hoy más que
nunca, pues es con esos mimbres con los que se teje auténtica democracia. Sin
ellos de poco sirven Constituciones, partidos, urnas.
Cataluña viene adelantándose durante los últimos siglos al resto de España, y
la gran tragedia de ésta ha sido no seguir la dirección que le marcaba la que,
a fin de cuentas, era su avanzadilla europea. ¿Ocurrirá otra vez algo parecido?
¿Se construirá la nueva democracia española con la colaboración de los
políticos catalanes, o seguirá ignorándoseles? Y cuando hablo de políticos
catalanes no me refiero a los de allí nacidos, para pasar luego por el filtro
de Madrid: me refiero a los catalanes cien por cien, gentes que nos digan las
cosas un poco bruscamente, sin rodeos: que nos transmitan su sentido común, su
instinto práctico, su conciencia de responsabilidad individual y colectiva.
Algo que estamos necesitando cada vez más angustiosamente.
Cuando oigo decir a personas sensibles, inteligentes, que Cataluña no puede
separarse "porque el Ejército no lo permitiría", siento como un
puñetazo en plena cara. ¿Pero todavía estamos con estas? ¿Todavía no hemos
aprendido?
No. Cataluña no puede separarse porque la necesitamos, hoy más que nunca, y hay
que decírselo cuanto antes, bien alto, sin rubores, sin vergüenzas.
Necesitamos no sólo su industria, su arte, su organización, su modernidad, sino
también su espíritu, su ejemplo, sus líderes, su "seny".
Y espero que ella también nos necesite a nosotros, para ser algo más que un
rincón delicioso, cultivado y pintoresco en el Mediterráneo, y proyectar
continentalmente, a través de España, el espíritu catalán, que todavía tiene mucho que decir en esa Europa por hacer.
José María Carrascal
Periodista de «ABC" (Madrid)
ERNESTO Herrero
Sería, a mi entender, la dirección inteligente para llegar a pactos de convivencia. Pero cuando oigo hablar al Gobierno, tengo dudas. Espero equivocarme.
ResponderEliminar